Tras un ir y venir de curvas y recurvas, que siguen más o menos paralelas al cauce del Záncara, aparece Abia de la Obispalia. A primera vista, parece que el pueblo está formado por una sola calle, la misma carretera transformada en paseo urbano, sin más. Las impresiones iniciales no siempre son acertadas, aunque alguna vez pueda suceder. Este es el caso. En realidad, la calle así mencionada forma el borde inferior del caserío, que se organiza levemente en la falda del cerro en cuya parte más alta dormita la antigua iglesia, ya ruinosa, al lado de los restos que también quedan del que fue castillo. Desde esa altura se advierte la estructura en calles paralelas, adosadas a la loma, con la torre eclesial aún enhiesta, desafiante, dibujándose contra el cielo.
La modernidad se queda abajo, en la
calle-carretera, donde el blanqueo de fachadas y paredes va siendo la nota
dominante, con la plaza (detrás de ella está el Ayuntamiento) como punto urbano
de referencia. Así está también hoy el más notable edificio civil del pueblo,
una bella casona situada en la calle principal, a su término, de estilo
popular, con dos plantas y cubierta a dos aguas con tejas árabe; la entrada
principal se forma por un precioso soportal adintelado que apoya en dos
columnas, sin que falten ejemplares de rejería tradicional. Al otro lado de la
calle, frente a esa casona, se levanta otra edificación de carácter muy
distinto, por su amplitud y estilo; es obra reciente, financiada por la
generosidad de Agustín Fernández Muñoz, vinculado a las familias Barreiros y
Polanco, quien falleció sin poder ver terminada su iniciativa a favor del
pueblo: una vivienda tutelada para ancianos necesitados de este servicio; en
recuerdo de este gesto altruista, la calle inmediata lleva su nombre.
Al lado queda la iglesia actual, que en lo
antiguo fue la ermita de Santa Catalina hasta que a mediados del siglo XVII la
autoridad diocesana sugirió abandonar el templo original, situado en lo más
alto del lugar, con las naturales dificultades de acceso, “para que los
enfermos e impedidos puedan acudir a los divinos oficios”, consejo que se
atendió prontamente, trasladando el culto a donde, sin duda, es mucho más
cómodo. La iglesia, dentro de la austeridad de su obra, presenta una noble
apariencia; construida en mampostería, con sillares en las esquinas, a ella se
entra por una elegante portada renacentista con un atrio formado por un tejado
a tres aguas apoyado en dos columnas de piedra. El interior, muy restaurado, se
organiza mediante una sola nave muy alargada, con tres tramos cubiertos por
bóveda de arista y una cúpula de media naranja sobre el altar mayor. La
decoración es muy escueta: lo poco que sobrevivió al desastre de la guerra.
Aquí, en esta sección inferior del pueblo,
junto a la carretera, están las cuevas de vino, enterradas en la tierra, casi
todas reformadas para seguir cumpliendo desde criterios modernos el rito
ancestral que vincula la uva con el silencio y la oscuridad de las cavernas,
ofreciendo mágicas insinuaciones en este áspero paisaje.
La antigua iglesia está en lo más alto,
solitaria podríamos decir, pero no es totalmente cierto: a su lado se encuentra
el cementerio y así los idos de este mundo terminan por convivir con aquella
iglesia a la que, vivos, les parecía cosa dificultosa poder acceder. Del viejo
templo, de estilo románico y grandes dimensiones (dicen que es uno de los
mayores de este género construidos en la provincia de Cuenca) sobrevive su
estructura básica, incluyendo una de las bonitas portadas, un arco de medio
punto con su serie de arquivoltas); también se conserva el ábside semicircular,
pero nada de la techumbre. Sí se mantiene en pie, con cierto orgullo, la
hermosa torre, del siglo XVII, formada por tres cuerpos de base cuadrada salvo
en el superior, el alojamiento de las campanas, que es octogonal y de sillería,
rematado con cuatro pináculos de bolas en las esquinas. Inasequible a los
destrozos del tiempo, la torre de la iglesia antigua de Abia muestra a todos su
altiva presencia, en ese oteo permanente de un horizonte plagado de
sensaciones.
En las afueras se encuentra la ermita de San
Jerónimo, a unos cuatro kilómetros del pueblo, por un camino que sale al final
de la calle de la Iglesia, para ir bajando entre cultivos agrícolas, campos de
girasol y huertas hasta llegar al fondo de la hondonada donde se asienta el
pequeño edificio, muy cuidado, en un atractivo paraje natural con abundancia de
encinas y colmenas y hasta donde se hace romería anual.
Hay chopos a la salida de Abia de la
Obispalía; su visión continuada, en paralelo a la carretera, nos permite
adivinar por dónde va el Záncara, un mínimo hilillo de agua, apenas
perceptible, perdido entre la maleza que cubre sus riberas. En un recodo
aparece la Cruz del Santo, severa construcción en piedra. En las laderas de las
lomas que forman el borde natural del camino, aparecen a ratos las colmenas,
también indicadoras de la antigua vocación mielera, latente por estos
andurriales y en los espacios más abiertos, campos de girasol, algunos enormes.
Es un pausado avanzar, sintiendo en el alma lamentos machadianos como envoltura
melancólica del romántico paisaje por donde va tomando forma
Cómo llegar
Desde Cuenca se puede tomar la antigua N-400 y al llegar al Pinar de Jábaga se toma la carretera provincial CUV 7037 que lleva directamente a Abia de la Obispalía. Otra alternativa es seguir la autovía A-40 y poco antes de llegar a Villar del Horno sale un desvío por la CUV 7032 que pasa junto a la aldea de Cabrejas y lleva igualmente a Abia de la Obispalía.
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