domingo, 4 de abril de 2021

UN LUGAR DEL INTERIOR: ALBALADEJO DEL CUENDE

 


            Los caminos que se pierden por el interior del inmenso territorio conquense son hollados cada vez por menos personas. Los indígenas de los lugares por aquí repartidos disminuyen en proporción directa al aumento de comodidades y servicios en el resto del país, mientras que los visitantes del género turistas escasean tanto que, en realidad, forman un grupo prácticamente desconocido. Sólo algún que otro audaz aventurero, amante de lo desconocido y amigo de las soledades, se atreve a ratos perdidos a explorar estos caminos, sin nombre ni número, cuyo simple acceso, desde la carretera nacional de turno, ya es un aviso cierto de lo que viene detrás. Véase, si no, y como ejemplo, éste que surge entre los baños de Valdeganga y el puente del Castellar, con un indicador en su entrada que anuncia la proximidad de La Parra de las Vegas: sus primeros quinientos metros son suficientes para espantar al atrevido desocupado que decide entretener el ocio o satisfacer íntimas curiosidades en lo que se adivina un mundo de misterios casi virginales.

            Luego, la ruta discurre por páramos de variada configuración, en que se alternan los inevitables campos ocupados por el prolífico girasol con otros abandonados al monte bajo y el matorral, sin que falte alguna sombra boscosa en estos últimos bastiones de la Serranía,  que desciende apresuradamente hacia los niveles manchegos. Solo por milagro se cruzan dos coches en algún punto de este camino y es que raras son las necesidades de desplazamiento de los habitantes de estos lugares y más rara aún las aficiones exploradoras en un mundo en que suele primar la gregaria adicción a lo conocido, que es, además, síntoma de presencia de abigarrada multitud. Nada de eso hay por estos caminos que han quedado marginados del devenir normal del mundo y sus gentes.

            Es así cómo, prácticamente en mitad del desierto, aparece Albaladejo del Cuenca, que es villa de antigua y noble consideración, palpable –o deducible, al menos-, tanto en la raíz arábiga, sonora y rotunda, del hermosísimo nombre principal del pueblo, como en la resonancia del apellido, que alude a su pertenencia a un conde. Los de Santa Coloma y Cifuentes señorearon el lugar, pero eso fue ya en época reciente, casi contemporánea, por lo que no parece probable que el apelativo se refiera a éstos, sino a algún otro, anclado en los briosos tiempos medievales de horca, cuchillo y pernada, en que verdaderamente merecía la pena ser conde, duque o marqués, conceptos hoy tan devaluados y descoloridos.


En lo alto del cerro, la antigua iglesia se arruina poco a poco

            Cualquiera que fuese el conde en cuestión, cuya anónima distinción pasó a incorporarse al nombre del pueblo, sorprende la pervivencia del arcaísmo “cuende”, que aparece ya en las primeras menciones del lugar y que se ha mantenido incólume a lo largo de los siglos, hasta nuestros días, insensible a la amplia serie de mutaciones que han sufrido los topónimos de los pueblos conquenses. Albaladejo arracima sus escasas viviendas a lo largo y alto de una pequeña colina, tan pequeña que incluso parece exagerado darle este nombre, a pesar de que a Madoz le pareció que la iglesia estaba “colocada en la cima de un cerro bastante elevado”. La realidad es que la elevación es mínima y que si da la impresión de ser superior es, precisamente, por la presencia de la iglesia en lo más alto, de una volumetría tan desmesurada que contrasta con las proporciones mínimas de los edificios que se alinean a sus pies.

            Pero este voluminoso templo, dedicado a la Asunción de la Virgen, es sólo fachada, paredes, apariencia, diseño sobre el horizonte, símbolo del pasado, generosa donación quizá de uno de los señores de la villa. Cuando se asciende al fin hasta la cumbre del cerro y se cruza la fachada sin puerta, lo que aparece es la desolación, la ruina, el abandono, la techumbre inexistente, las hornacinas vacías, los yerbajos trepando sobre los escombros.

            Pero mientras el viejo armatoste que fue casa de Dios se va derrumbando progresivamente, en los aledaños del pueblo, como a un tiro de piedra del brazo de un buen pastor, que diría un clásico, se mantiene lozana la ermita de la Virgen de las Nieves, desproporcionada también, en sus dimensiones,  con lo que es usual en estos recintos, por lo común diminutos, capaces apenas de albergar una imagen y poco más. No es éste el caso, sino que nos encontramos ante un verdadero templo, de sencillísima obra popular, en el que destaca una tan espléndida portada, que solo por contemplarla en vivo merece la pena el paseo hasta Albaladejo. Sólo la espadaña, de ladrillo, contrasta en el conjunto, al que seguramente se incorporó en época moderna, sustituyendo a la original que debió seguir el destino de ruina que acongoja a tantos bellos rincones de nuestra tierra.



La ermita de la Virgen de las Nieves, un lugar espléndido

            En  estos parajes que fueron señorío condal, sobre los que planea la sombra de unos sentimientos anclados en cultos mágicos, donde el silencio y la soledad encuentran generoso cobijo, es lógico que pervivan costumbres ancestrales. Aquí el carnaval no es desvergüenza callejera, sino peregrinación de ánimas, y aunque ambas caras forman esta moneda hoy tan devaluada, en Albaladejo han encontrado un estilo intermedio,  purificado en los dos siglos y medio últimos, tiempo del que hay constancia de la celebración de la fiesta. El tambor es el protagonista incesante de la jornada, compañero de las dos cofradías de ranreros que, vestidos de osos y con las caras pintadas, ejecutan parsimoniosamente su papel, y buscan limosnas en beneficio de las ánimas benditas. Es una curiosa historia y una no menos curiosa fiesta, más digna de ser vista que contada, suficiente pretexto para abandonar al menos por un día el cómodo asfalto principal para internarse en las olvidadas tierras del interior.

Cómo llegar

Desde Cuenca hay que tomar la N-420 en dirección a la Mancha. Al pasar los Baños de Valdeganga sale a la izquierda la carretera provincial CUV 7131 en dirección a La Parra de las Vegas, que hay que cruzar siguiendo adelante. El siguiente pueblo es Albaladejo del Cuende.

 

 

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