Tarancón es la primera ciudad de la
provincia de Cuenca, después de la capital, y la única que, con esta, sobrepasa
los diez mil habitantes. Como urbe condicionada por la red de carreteras y
dedicada primordialmente a la actividad industrial, durante años fue sufriendo
un progresivo deterioro en su patrimonio edificado, a través de continuadas
iniciativas encaminadas a cambiar el carácter de lo que era una gran villa
manchega para dar lugar a otra considerada urbanísticamente moderna. En la
última década se viene experimentando un cambio de tendencia mediante el
desarrollo de una amplia preocupación ciudadana para incentivar propuestas
culturales y recuperar inmuebles que, como la Casa Parada, ha sido habilitada
para centro cultural o el Palacio de los Duques de Riánsares, acondicionado
para sede del Ayuntamiento.
El
elemento más destacado del patrimonio taranconero es la iglesia, dedicada como
tantas otras de la provincia a la Asunción de la Virgen. Es un edificio de
traza clásica, situado en un lugar emblemático de la ciudad, en el corazón del
antiguo barrio del Castillejo. La expansión urbanística del núcleo se ha ido
orientando de forma tal que el templo ha quedado en posición excéntrica, cada
vez más lejos del centro vital, lo que ha planteado la conveniencia de
instaurar otra parroquia para atender a los barrios más alejados.
El
edificio, declarado Bien de Interés Cultural en la categoría de monumento es
una espléndida fábrica arquitectónica, en la que aún se pueden apreciar leves
indicios de su origen gótico, pero que fue muy modificada en tiempos de Felipe
II, por lo que los elementos dominantes pertenecen al periodo de transición del
Renacimiento al Barroco y en la que resulta apreciable la influencia que en
toda la comarca ejerció el cercano monasterio de Uclés. La obra exterior es de
sillarejo en los muros y sillares de piedra en la torre, que tiene cinco
cuerpos de planta cuadrada más un pináculo hexagonal. La portada principal
orientada al norte es de estilo renacimiento y tiene una magnífica apariencia,
enmarcada por cuatro columnas de orden dórico con friso corrido sobre ellas.
Otra portada, situada hacia el sur, es de trazo más sencillo. Aún hay una
tercera portada, de moderna construcción y orientada a poniente; es la primera
que encuentra el visitante cuando cruza el Arco de la Malena, el símbolo
emblemático por excelencia de Tarancón.
En
el interior es una iglesia de planta de cruz latina, con tres naves enlazadas
por arcos formeros mientras que otros arcos fajones resaltados separan los
cuatro cuerpos en que se dividen las naves. La principal está cubierta por
bóveda de cañón con lunetos y las laterales por bóvedas de arista.
En
el lugar de honor del presbiterio llama poderosamente la atención una de las
obras cumbres de la iconografía religiosa de la provincia de Cuenca, el
extraordinario retablo tallado por Pedro de Villadiego cuya sola contemplación
bien merece la visita a la ciudad y a su iglesia. Su historia y estructura han
sido minuciosamente expuestas por Dimas Pérez Ramírez en un excelente trabajo,
obligado punto de cita y referencia para cualquier comentario sobre el tema.
Nos encontramos ante una de las obras más emblemáticas del plateresco que
caracteriza al Renacimiento español y, sin duda, de las más valiosas obras de
arte conservadas en la provincia de Cuenca. Se trata de un retablo
espectacular, de 17 metros
de altura y 9 de ancho, ejecutado en madera de nogal, tallada, estofada,
pintada y dorada; tiene cuatro cuerpos horizontales y un ático, cruzados por
cinco calles verticales. La hornacina central la ocupa la imagen de la Asunción de la Virgen (la obra actual, que
sustituye a la primitiva, no tiene ningún valor); en el resto de huecos se
distribuyen doce escenas relativas a la vida de Jesús, ocupando el ático varias
figuras que forman el grupo de la Crucifixión (Crucificado, Virgen y San Juan); en
el resto del retablo predominan los relieves y, como corresponde al plateresco,
hay profusión de balaustradas, frisos, columnas, medallones y multitud de
pequeños detalles que enmarcan la iconografía religiosa. Los técnicos apuntan a
la influencia de Juan de Balmaseda como inspirador de este colosal retablo.
El
primer cuerpo (o sea, el inferior) tiene diez hornacinas vacías, pues sus
imágenes desaparecieron durante la guerra civil. En el segundo cuerpo se
disponen, a uno y otro lado de la
Virgen , los relieves que representan el Nacimiento de Juan
Bautista, El Bautismo de Jesús, la Anunciación y la Aparición de Jesús a la
Magdalena. El tercer cuerpo ofrece las imágenes de santa Quiteria y santa
Marina y los relieves de la Cena
del Señor, la Oración
del Huerto, el Nacimiento de Cristo, el Prendimiento y el Camino del Calvario.
En el cuarto y más alto cuerpo aparecen dos medallones de escaso mérito
artístico, representando a Santa Bárbara y Santa Catalina; junto a ellos, las
imágenes de San Fabián y San Sebastián y los relieves de Santa Ana, Cristo en
los brazos del Padre Eterno (una representación que se vincula con la tradición
gótica) y la Impresión
de las llagas de San Francisco. En el ático que corona la composición figura un
frontón triangular, con el Calvario en el sector central y, a sus lados, Santa
Corona y San Víctor, los patronos de Tarancón.
Todo
ello forma un conjunto armónico, de gran belleza, resultado de un equilibrio
dinámico en el que la regularidad geométrica del bloque central aparece
vivificada con la tensión dramática, el encanto poético y la suave policromía
de las imágenes. El autor principal del retablo fue Pedro de Villadiego,
notable imaginero palentino afincado en Cuenca, donde realizó numerosos
trabajos, en su mayor parte perdidos; en Tarancón debió trabajar entre 1548 y
1560; más tarde se incorporó a la obra el flamenco Giraldo de Flugo, que
posiblemente intervino en la realización de varias imágenes, siendo también
probable que alguna de ellas llevara el cincel de Diego de Tiedra, puesto que
estos dos artistas aparecen citados en los libros de cuentas como perceptores
de ciertas cantidades por realizar unos trabajos no bien especificados, por lo
que es imposible establecer cuál pudo ser la aportación concreta de cada uno de
ellos a la terminación del retablo. A finales del siglo XVI, el pintor
Francisco de Villena culminó el trabajo.
El
retablo de Tarancón, restaurado modernamente, es una extraordinaria pieza del
arte español. Sólo por verlo merece la pena visitar la ciudad taranconera y
pulsar su incesante y vitalista actividad.
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