El ánimo queda siempre sobrecogido
al acercar los pasos hacia esta inmensa mole (la de mayores dimensiones de
cuantas levantan aún sus almenas en la provincia de Cuenca) que, sin embargo,
aparenta una sorprendente estructura liviana, ligera, estéticamente armoniosa,
quizá porque su promotor, el todopoderoso marqués de Villena, sabía
sobradamente que, pese a la directa finalidad propia de una fortaleza (elemento
bélico, militar) su destino, teniendo en cuenta los tiempos que ya iban
corriendo (tramo final del siglo XV) iban a proporcionar al edificio pocas
ocasiones para la gloria de las armas y sí mucha utilidad como residencia
palaciega y por ello y por ello su trazador (seguramente Juan Guas, arquitecto
flamenco que en esa época hizo varios trabajos para el marqués) estuvo atento a
cuestiones vinculadas con la comodidad e incluso el lujo, sin desdeñar, como es
natural, las relativas a preocupaciones defensivas.
Sobre el bello monte que da nombre
al lugar, el pequeño cerro significado como la mayor elevación del entorno,
cobró forma esta brillante arquitectura que, a diferencia de casi todas sus
hermanas, no tiene un fundamento anterior de origen musulmán. El castillo de
Belmonte surgió como iniciativa propia de la época, una obra más cercana al
Renacimiento que a los siglos medievales y por ello en su organización espacial
aparecen elementos del gótico tardío, del gótico mudéjar y del plateresco,
todos ellos encadenados a lo largo de los distintos sectores y dependencias
para confluir, no obstante, en un resultado armónico, resultado de una amplia
idea global consciente de los propósitos que orientaron la construcción.
La dualidad de objetivos queda de
manifiesto al contemplar los dos recintos en que se distribuye el conjunto. El
exterior es, propiamente, un espacio amurallado, organizado mediante una
estructura pentagonal, con una poderosa torre en cada una de las cinco
esquinas, que se interrumpe para la apertura de las dos puertas, una gótica,
bellísima, por la que accedemos actualmente y otra en la parte posterior (que
algunos autores llaman falsa) utilizada para la comunicación directa con el
pueblo, como si fuera una puerta de servicio para cuestiones domésticas o
menores. Dentro de esta protección externa, de la que se desprende también la
línea amurallada que llega hasta el casco urbano, sobrevive en buena parte para
ennoblecer la villa, se encuentra el segundo recinto, el que en puridad es el
castillo, formado por dos cuerpos rectangulares y un tercero que ejerce las
funciones de torre del homenaje, comunicados en sus vértices por un total de
seis torres circulares y dejando en el centro un gran patio triangular, con
pisos que vierten hacia el patio grandes arcadas en el inferior y ventanales
geminados en el superior, modificación ésta que corresponde a las reformas
añadidas por Eugenia de Montijo. Cumplido el trámite de entrar, luego viene un
paseo, siempre sosegado, como deben ser los paseos, para llevar a cabo la
inmersión en las maravillas, pues el recorrido por estas dependencias viene a
ser, por decirlo con simpleza, una magnífica experiencia. Tras los poderosos
muros exteriores encontramos salas palaciegas, escaleras góticas, artesonados
mudéjares, galerías en los pisos altos, hermosísimos ventanales, artísticas
chimeneas, puertas de noble estructura y, como culminación estimulante, el
paseo por las almenas que permiten contemplar el amplísimo paisaje manchego,
con el pueblo de Belmonte a los pies, sintiendo siempre la presencia, no
amenazante, sino acogedora, de la hermosa fortaleza, pieza delicada y sensible
pese a su apariencia de pétrea solidez, dibujando un amable perfil sobre el
limpio horizonte.
Desde el castillo baja la muralla
que envuelve el espacio urbano de la villa. Se conservan dos tramos, en la parte baja de
la población. El primero, que corresponde al sector norte, tenía en origen unos
300 metros
de longitud y tras cubrir la zona boscosa situada a los pies de la fortaleza
llega al camino de acceso, donde estaba la Puerta de San Juan (hoy desaparecida) y un
baluarte defensivo, continuando luego, siempre rodeando la villa, con aperturas
en las Puertas de Monreal y del Almudí. El sector sur tiene unos 350 metros y baja junto
al camino, desaparece cuando llega a las edificaciones actuales y aparece de
manera puntual en la Puerta
de Chinchilla.
Dentro de ese espacio amurallado
queda la villa de Belmonte, el recinto antiguo, acogedor y siempre merecedor de
otra detallada visita a tan sugerente espacio.
Dónde
dormir
Palacio
del Infante Don Juan Manuel. Dos Maestres, 1; 967 170 784. Hotel y
restaurante.
Palacio
de Buenavista. José Antonio González, 2; 967 187 580. Hotel y Restaurante.
La
Muralla. Osa de la Vega, s.n.; 967 171 045. Hotel rural y restaurante.
Casona
La Beltraneja. Arquitecto Sureda, 8; 967 170 878 / 630 738 111. Hospedería.
La
Casa de Gonzala I y II. Miguel de Cervantes, 61-63; 967 170 176 / 667 817
028. Casa Rural.
Las
Aguardas. Santa Teresa de Jornet, s.n.; 967 187 509; 627 012 426. Casa
Rural.
Descanso
del Quijote. Padre Domingo, 9; 678 938 638; 629 767 666. Casa Rural.
El
Sueño de Dulcinea. 687 739 780 / 647 230 102. Casa Rural.
Casa
de la Vieja. San Juan del Castillo, 73; 653 675 016 / 665 500 038.
Casa
del Infante. José Antonio González, 3; 925 225 087 / 649 906 981
El
Paseo. San Juan del Castillo, 41; 666 753 868. Casa Rural.
Palacete
de Belmonte. Calle Eugenia de Montijo; 663 056 483. Casa Rural
Ínsula
Barataria. Calle de los Molinos, 12; 967 810 041. Casa Rural.
El
Retiro del Pilar. San Isidro, 2; 639 610 179.
Casablanca.
Padilla, 12; 663 056 483. Casa Rural.
Dónde
comer
La
Alacena. San Juan del Castillo, 35; 617 584 568. Restaurante
La
Cañeta. Ramón y Cajal, 4D; 687 455 668. Restaurante asador.
Los
Alarifes del Infante. Don Juan Manuel, 2; 967 170 784.
Ruta
420. Ramón y Cajal, 2; 617 608 605.
La
Abadía. Santa Quiteria, 47; 656 520 704. Asador.
Bar
Domingo. Ruperto Jurado, 6; 967 187 604. Aperitivos y raciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario