Por un poco, Zafrilla no
es el pueblo más alto de la provincia: apenas por treinta metros se lleva el
podio de esta incruenta clasificación La Vega del Codorno, en cabeza del ranking
provincial de altitudes, pero sí consigue un predominio evidente en dos
aspectos: la dificultad de la carretera y el aislamiento. La ruta que lleva
hasta Zafrilla es, como se decía antes haciendo una gracia, de las que trazó la
liebre cuando la soltaron, y eso es comprensible porque la situación en que se
encuentra el pueblo es verdaderamente atrevida, perdida en un rincón de la
sierra de Valdemeca, al pie de los mismísimos Montes Universales, que cuando
estudiábamos -cuando se estudiaban esas cosas- aparecía orlado de una especie
de nimbo misterioso, derivado quizá de la sonoridad de un título tan aparatoso,
como si el mismísimo corazón de la humanidad hubiera ido a refugiarse en ellos.
En la cercanía, en la inmediatez del viaje, teniendo las montañas casi al
alcance de la mano, la solemnidad del nombre de este macizo se evapora y queda
en su lugar lo que más interesa, entre las montañas poderosas que, al llegar
hasta ellas, pierden su abrumador predominio para dar lugar a un acogedor valle
en cuyo seno tiene asiento el mínimo caserío, apenas un punto perdido en el
mapa, donde no más de un centenar de personas mantiene la llama de una
supervivencia que es demostración firme de voluntades.
Este es el lugar, dicen
las estadísticas, donde se miden las mayores precipitaciones de toda la
provincia y no todas son, naturalmente, de agua líquida sino también de nieve,
que aquí, cuando cae, se mantiene con pertinaz resistencia al amparo de las
condiciones climáticas y geográficas. Por aquí termina el territorio de Cuenca;
al otro lado está ya Teruel, según la convencional separación administrativa
pero no hay que ser un lince para adivinar que, distinciones aparte, las cosas
son muy similares a uno y otro lado de la raya imaginaria que marca
separaciones en los mapas. Zafrilla debió tener, por lo que uno sabe y más por
lo que adivina, un origen directamente ligado a la ganadería, a su cultivo y al
traslado a través de breñas y cañadas, en busca siempre de los mejores pastos y
las más acogedoras temperaturas. Fue así, sin duda, y lo sigue siendo, porque
aunque las cabañas -y aquí hay de todo: vacuno, ovino y caprino- han disminuido
al compás de los tiempos, aún se conserva una actividad pujante, suficiente
para sujetar en el lugar población bastante para mantener el pueblo no solo
activo sino en muy agradable disposición.
Superviviente de aquellas
antiguas rutas de trashumancia ganadera que dieron pie al ir y venir de miles
de cabezas es un mínimo puente, en algunos sitios llamado “romano”, según
pertinaz costumbre de atribuir a las legiones latinas todas las obras públicas
existentes en este país, pero que en realidad es medieval, como proclama con
toda evidencia su disposición arquitectónica. Construido para salvar el cauce
del río Zafrilla, es una obra sencilla, pero sólida y de una gran belleza, con
su único ojo formado por un arco de medio punto sobre el que pasa la calzada,
bastante bien conservadas aún sus piedras, formando un atrevido ángulo. Gusto
de contemplar, de recrearme, en la visión de esta mínima pero ejemplar obra,
con su centenario tiempo de servicio público, sobreviviente a los desastres de
la incuria humana, que se llevó por delante, sin piedad alguna, otros
ejemplares de la misma naturaleza. Los puentes antiguos, inservibles en su
mayoría, desde un punto de vista de utilidad práctica, son pequeñas joyas
engarzadas en el paisaje, merecedoras de respeto y admiración por lo que fueron
y lo que siguen representando.
Las comparaciones siempre
son molestas y por eso uno debe huir de utilizarlas pero está claro que, dentro
de su pequeñez, Zafrilla es un lugar muy agradable, bien conservado, con algunos
elementos urbanos meritorios, resistentes al empuje del ladrillo contemporáneo.
Situado en la hondonada entre dos sierras, las viviendas se apoyan en la ladera
de una de ellas, dando la cara al levante para recibir directamente el sol
mañanero, reconfortante en días frescos -fríos, totalmente fríos- del
agonizante invierno o en las mañanas tibias de la dulce primavera. A pesar de
la evidente influencia de las tendencias modernizadoras, aún se conservan
algunos elementos de la arquitectura tradicional, incluyendo la iglesia, de
típico carácter rural a la que se entra por un porche cubierto con un techo de
madera y apoyo en dos pies derechos; el antiguo Pósito, un excelente edificio
situado en la calle Real y la fuente vieja, con su lavadero popular, restaurado
modernamente.
Un buen lugar, Zafrilla, para
perderse en busca de lo auténtico.
Cómo llegar
Por la N-420, pasado Cañete, a la izquierda sale la provincial CUV
9101 que, en apenas un par de kilómetros, se bifurca para dar origen a la CUV
9103 que lleva directamente a Zafrilla.
Dónde
dormir
Casa Rural Zafrilla.
Loma, 25; 687 738 127
Casa Rural El
Pósito. Calle Real, 10; 626 333 210.
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