La
primera vez que entré en la ermita o santuario de Riánsares (no diré cuánto
tiempo ha pasado de aquello) iba buscando el enterramiento del duque, el
primero de ese título, aquel que acertó a enamorar a una reina en ejercicio,
aunque fuera regente, pero a los efectos es lo mismo, porque María Cristina de
Borbón mandó mucho y puso los pilares para bastantes cosas iniciadoras de la
modernidad en este país, incluyendo la que habría de ser definitiva
organización territorial del Estado, vigente hasta el día de hoy, con permiso
de los melancólicos partidos nacionalistas. Yo entonces era muy joven (o, al
menos, bastante joven) y sentía natural atracción por historias que, como la de
Fernando Muñoz y María Cristina ofrecían tal riqueza de matices. Me sigue
maravillando que un contenido de esa naturaleza no haya sido capaz de despertar
interés en narradores o guionistas españoles, tan entretenidos en pergeñar
historias tontas, sin gracia ni contenido, teniendo al alcance de la mano una
con tantísimas posibilidades. Aunque sea un tópico baladí, no hay más remedio
que aludir a sus colegas ingleses que a buenas horas iban a desperdiciar una posibilidad
semejante. Imaginaba, con no poca picardía cómo habrían podido ser los
sentimientos y emociones de la todavía joven reina, apasionada y, sin duda,
frustrada como mujer tras su convivencia con el decrépito Fernando VII, al
encontrar a su lado la apuesta presencia de quien le ofrecía la posibilidad de
encontrar las satisfacciones íntimas que la vida le había negado hasta ese
momento.
Buscaba, pues, aquel día la tumba del
primer duque de Riánsares, condenado a pasar en soledad el resto de su muerte hasta
la eternidad, con flagrante incumplimiento de la voluntad expresada por ambos
de permanecer juntos en un sepulcro de este santuario, pero el protocolo regio,
con notable desvergüenza, decidió que la reina fuera a descansar al panteón de
El Escorial, junto al marido que no quiso, ingrediente final también
maravilloso para enriquecer esa historia nunca escrita, de manera que Fernando
Muñoz descansa en solitario. Había muerto el 13-09-1873 en El Havre y fue
sepultado provisionalmente en Roueil con sus hijos ya fallecidos hasta que en
1876 su cadáver se trasladó a Tarancón y quedó depositado definitivamente en el
santuario de Riánsares, en el lugar elegido por la reina, en la cripta del
brazo derecho del crucero.
María Cristina muere el 28-08-1878 en
la misma residencia francesa de Mon Desir y sus restos son trasladados al
panteón real, en El Escorial, para ser depositados en la urna situada frente a
Fernando VII, quedando para siempre vacío el lugar que ella misma había
decidido debería ocupar, en el panteón de Riánsares.
El
edificio es, por fuera, tan austero como poco agraciado, pero dentro, que
corresponde a la ermita barroca anterior, del siglo XVII, ofrece un espectáculo
muy diferente y atractivo. Es una iglesia con planta de cruz latina, no muy llamativa
en su fábrica, pero elegante y discreta en la ornamentación. Se cubre con una
bóveda de cañón con lunetos en la nave principal, distribuida en cuatro tramos,
mientras que una gran cúpula central en forma de media naranja apoyada sobre
pechinas cubre el crucero. En el centro del presbiterio se alza el retablo,
también moderno, sustituto del que fue destruido en tiempos proclives a dañar
innecesariamente el patrimonio de todos. Lástima que ya no exista la imagen
original, que dicen era románica. La de ahora lleva la firma de Marco Pérez,
fiel a las características del gran maestro de la gubia. Aunque yo debo
reconocer que el elemento más atractivo para mi gusto es el puente, magnífico,
romano, que a pocos metros de la ermita sirve para cruzar el Riánsares y que
por fortuna sobrevive a los sucesivos avatares con que el destino suele
castigar estos lugares. Sólo falta que las buenas intenciones expresadas de vez
en vez consigan recuperar de manera definitiva el conjunto del paraje para
convertirlo en un espacio agradable, lúdico, generoso con las necesidades
humanas de vincularse a la naturaleza y vivir momentos de expansión alejada de
los problemas cotidianos. Posibilidades
tiene y los taranconeros suelen utilizarlas generosamente.
Cómo
llegar
Al
santuario de Riánsares se llega por la antigua carretera nacional N-400, a la
salida de Tarancón y en las inmediaciones de la bodega de Finca La Estacada.
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