jueves, 2 de abril de 2020

BETETA. EL CASTILLO DE ROCHAFRIDA


   Casi todos los castillos que hay a nuestro alcance inmediato carecen de nombre propio, siendo conocidos por el del lugar en que se encuentran, sin mayores concreciones. No es justo: un castillo es elemento tan noble, tan singular, tan destacado, que merece siempre, en todo momento, un título específico que lo singularice, como ocurre con las iglesias, que no se conforman con decir dónde se encuentran, sino que necesitan tener un patronímico que las distinga.

   Pocos castillos en Cuenca tienen nombre propio. El de Beteta, sí. Rochafrida es su título, dicho así, en grafía y sonido medievalizantes que traen hasta nosotros resonancias de romance antiguo, de leyendas cargas de aventuras y de amores. Está, como es usual en los castillos -no en todos, pero sí en la práctica mayoría- en lo alto de un cerro o, por decirlo, con más precisa justeza, de un escarpe rocoso longitudinal, cuya superficie ocupó por entero y en la que hoy se distribuyen los escasos restos que han podido sobrevivir a sucesivos desastres, especialmente los del tiempo, capaz de actuar de forma inmisericorde sobre cualquier objeto construido que esté a su alcance habiendo perdido utilidad servicial. A sus pies, la villa de Beteta sobrevive con encomiable dignidad, manteniéndose como uno de los puntos más atractivos del espacio serrano, sin que los recuerdos de grandezas históricas pasadas, cuando era un emporio ganadero dentro del señorío de los Albornoz y frontera económica (ya saben: donde se pagaba el inevitable portazgo) con el cercano reino de Aragón vengan ahora a empañar nuevos objetivos, entre los que una sencilla corriente turística ocupa lugar destacado.



   Al castillo se puede subir por lo derecho, desde el propio pueblo, a través de un sinuoso camino, entre cipreses y cedros o bien por otro que permite el traslado sobre cuatro ruedas hasta llegar al nivel donde se encuentra la fortaleza, en cuyo interior puede penetrarse tras ir trabajosamente, no sin algo de desafío al vértigo, bordeando la muralla exterior, en la que se aprecia perfectamente todavía el antiguo espolón que, cual atrevida proa de un navío elevado a las alturas, desafía aún las miradas de inexistentes enemigos que por aquí quisieran arriesgarse a su conquista. A los pies queda la hermosa visión del conjunto humano, como se fuera una construcción de juguete, con sus atrevidos tejados rojizos y el perfil de la iglesia como elemento más destacado, quedando detrás la plaza mayor, siempre sugerente, a pesar de las deformaciones bienintencionadas de la modernización. Hacia el otro lado, mientras podemos avanzas por las escarpaduras, desafiando el miedo o el vértigo, se adivina el audaz trazado del Guadiela, aquí todavía recién nacido, abriéndose camino entre las poderosas montañas serranas. Todo ello, pueblo y paisaje, hasta donde la mirada alcanza, se domina desde el castillo -pomposo nombre que contradice la realidad visible, apenas un montón de piedras amontonadas aquí y allí-, construido seguramente ya en tiempos cristianos, aunque algunos optimistas empeñados en hacer retroceder la historia más allá de lo razonable quisieran remontarla a la época musulmana. Estas piedras que están al alcance de la vista forman parte de la estructura exterior, los muros encargados de circundar el recinto fortificado, mientras el interior aparece casi totalmente cubierto por las tierras que se han ido acumulando. Con esfuerzo y algo de imaginación aún pueden verse algunas estancias abovedadas y se aprecia el arranque de los fosos e incluso la señal del aljibe que almacenaba el agua. Pero más allá de la realidad, de lo visto e incluso de lo insinuado está la invencible belleza de este paraje perdido en lo alto de un escondido rincón de la Serranía, con sus resonancias medievales y los versos romanceados que hablan de amores imposibles y de batallas legendarias, en una invitación permanente. Aunque lleve consigo el esfuerzo, siempre meritorio, de trepar por breñas difíciles y sentir la caricia de los espinos.
    Al castillo de Rochafrida le ha llegado ahora una mano benefactora que se ha puesto a trabajar en el empeño de recuperarlo, hasta donde sea posible, para que pueda recuperar algo de su antigua vistosa presencia. La Diputación provincial lo está haciendo y es un empeño meritorio.

Cómo llegar
    En el km. 166 de la N-320 (poco después de pasar Villar de Domingo García) nace la carretera CM 210  que, cruzando las vegas del Trabaque, el Escabas y el Guadiela, llega hasta Beteta.
    Otra opción alternativa es, desde Cuenca, tomar la CM 2105 que pasado Huélamo se prolonga en la CM 2016 por que, al llegar a Masegosa, continúa en la CM 2201 hasta Beteta.

Dónde comer
       Casa Tere. Camino del Pocillo, s.n.; 969 318 079
 Hermosilla. Plaza Mayor; 969 318 072.

Dónde dormir
      Hostal Alto Guadiela. Camino de la Dehesa, 11; 969 318 360
Apartamentos rurales Miguel Ángel. Apartamentos rurales. Los Periodistas, 20; 969 235 722 /650 147 647
      Alojamientos Rurales Casa Carmen.  La Cava, 15; 969 318 081 / 615 074 417
Casa Rural Marcelina. Calle de la Fuente, 4. 969 235 722 / 650 147 647
Apartamentos Jano. Calle La Cruz s.n.; 636 383 390 / 696 266 482
Apartamentos Rubio. 659 342 024
      Casa Chus. Apartamentos rurales. San Miguel, s.n.; 969 318 089 / 676 313 525
      Apartamentos rurales García. Periodistas, 10; 969 318 006 / 625 031 179
      Albergue Boletus. Carretera a Carrascosa de la Sierra, km. 1,5; 665 874 683
      Apartamentos María Jesús. 969 318 089

En el término de Beteta se encuentran también El Tobar y Solán de Cabras, con notas viajeras independientes.



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