Desde la distancia, el perfil de la
inmensa fortaleza aparece dominando, real y figuradamente, el inmenso paisaje
que se extiende a su pies. Con esa intención la levantaron y así sigue
apareciendo antes nuestros ojos, centro vital de toda la comarca, protector
cuando hacía falta, controlador de vidas y haciendas en tiempos de paz. El
castillo de Castillo de Garcimuñoz ha recobrado ya su apariencia normalizada,
tras un larguísimo periodo en el que ha permanecido oculto entre grúas y
andamios, mientras se realizaba en él lo que, de modo presuntuoso y desde luego
artero, calificaron como “restauración”. Lejos de tal cosa, lo que manos
pecadoras, poco respetuosas con la historia y con el patrimonio (eso sí,
avaladas por los permisos y el dinero de un insensato ministerio de Fomento)
han llevado a cabo es una irresponsable intervención que ha repartido a diestro
y siniestro elementos metálicos coloristas para alterar por completo el
espíritu y la textura pétrea de esta formidable fortaleza medieval que, pese a
esta brutal actuación, se muestra capaz de sobrevivir a los avatares del
tiempo, a través de siglos plagados de confusiones, sin que los actuales
aparezcan despejados de incógnitas, ni mucho menos.
Confieso una tangible debilidad hacia los castillos y lo que
representan, en su aislada presencia, por lo general orgullosa, en lo alto de
alguna colina desde la que contemplan impávidos el horizonte inmediato y ello
incluso en un lugar como éste, tan vinculado al pueblo que lleva su mismo
nombre, tan integrado en él que apenas si hay unos metros entre las torres que
flanquean los extremos del edificio y las calles más próximas. De todos los que
forman parte del territorio provincial, tan queridos y admirados, este me
resulta especialmente entrañable, quizá porque contiene mayor carga literaria
que ningún otro. Cuando lo veo y estoy cerca de él, cuando recorro pausadamente
su contorno, contemplando las piedras tantas veces vistas, admirando la
espectacular entrada gótica (incluso ahora, oscurecida, apagada, entre los
armatostes metálicos de la infausta restauración) siento como si estuviera
presente el pálpito de Jorge Manrique intentando asaltar estos muros en nombre
de su reina, y aunque todo eso debe pasar siempre por el matiz de la realidad
histórica, no puedo sustraerme a encontrar en ese gesto una profunda carga de
melancólico lirismo. Y si a ese nombre, tan entrañable siempre, unimos el de su
antecesor, el infante Juan Manuel, tanto tiempo señor de estos campos,
alternando intrigas cortesanas y aficiones cinegéticas con bellísimas páginas
escritas en un incipiente y digno castellano e incorporamos también el de
alguien que vino después, el siempre atractivo Enrique de Aragón, uno puede
sentir que toda la carga emotiva de la literatura viene a insuflar sentimientos
vitales en estas piedras, tan dañadas.
Del caballero Garci Muñoz, que asaltó y
ganó la fortaleza para Castilla, arrebatándosela a los musulmanes, poco se
sabe, pero dio su nombre al lugar y hay pocos seres humanos que puedan presumir
de tal cosa. En el texto de las Relaciones Topográficas encontramos una
referencia muy directa a cómo estaba aún el castillo en su época de plenitud.
En cada esquina, un cubo grande, hermoso y bien labrado de sillería; debajo de
cada uno de ellos, profundas mazmorras; de remate, en la parte superior, muy
hermosas almenas de sillería y para su defensa, disponía de artillería en forma
de lombardas gruesas de hierro colado, con grandes bocas. De cubo a cubo había
una generosa dotación de rejas muy fuertes, hoy prácticamente perdidas en su
totalidad. Todo ello, concluía la relación “denota bien la grandeza de ánimo e
potencia de su autor”, que se sorprendería, sin duda, como los sucesivos
ocupantes del castillo, si contemplaran la anómala mezcolanza de fortaleza e
iglesia, al haber sido ocupada todo un ala por el templo parroquial, adaptando
una de sus airosas torres esquinadas a singular campanario.
La fundación de la fortaleza corresponde
de forma segura al periodo musulmán. Al hacerse la limpieza de la parte de
castillo que estuvo destinada a cementerio, aparecieron vestigios urbanos de
esta época. Existen serias posibilidades de que ese fuese el castillo llamado
Al-Borch Jamal, conquistado por los almohades en su camino hacia Huete en 1172 “pasando a cuchillo a sus defensores,
demoliendo y cautivando mujeres y niños”. La conquista se repitió a finales
del siglo, a cargo ahora de Alfonso VIII, en su camino hacia Alarcón, hazaña
que estuvo a cargo del caballero Garci Muñoz cuyo nombre quedó incorporado a la
fortaleza, a cuyo amparo se desarrolló la población.
En
el siglo XIV la fortaleza pasó a ser propiedad del Infante don Juan Manuel,
nieto de Fernando III, que en ella residió largas temporadas, compartiendo sus
aficiones militares con las cinegéticas y literarias. Se apunta incluso la
posibilidad de que aquí muriese su esposa Constanza. Recibió la distinción del
villazgo de manos del rey Alfonso XI, en 1322. Formó parte del marquesado de
Villena, por donación del rey Juan II al maestre Juan Pacheco, siendo cabeza de
una extensísimo corregimiento, que incluía, como aldeas sujetas a su
jurisdicción, El Pinarejo, La
Nava , Torrubia (del Castillo), Las Casas de Don Benito,
Ucero, Villafranca, La
Almarcha y La
Puebla (de San Blas). Casi todos ellos se fueron
independizando a lo largo del tiempo, para constituir municipios con términos
propios.
Cómo llegar
Castillo de
Garcimuñoz se encuentra en la autovía A-3, entre La Almarcha y Honrubia.
Dónde comer
y dormir
Hostal La Sima. Autovía A-3, Km .
159,2; 969 141 178 / 969 141 040. Restaurante.
Casa
Rural La Cueva. Convento, 1; 969 191 795 / 638 012 144
Casa
Rural El Romeral. Romeral Bajo, 30; 969 291 249. Casa Rural.
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