No llevo bien la cuenta de los temas a
los que he dedicado atención en casi cincuenta años de escritura cotidiana,
pero si tuviera tiempo (y ganas) de hacer una clasificación detallada,
seguramente que el nombre de Moya aparecería en uno de los primeros lugares,
desde aquel inicial acercamiento, hace casi tanto como indica la cifra que ya
he señalado y que coincidió con la que, según mis cuentas, fue la última
ocasión en que la titular del marquesado acudió a visitar sus posesiones, unas
físicas y materiales, otras sentimentales. De entonces acá, mucho ha llovido y
doña Cayetana, en su ajetreada vida social, plagada de bodas, divorcios y
amores tardíos, seguramente tuvo muy difícil encontrar ocasión para ir a
recorrer ruinas, ritos y placeres espirituales en lugar tan inhóspito y
diferente de los que ella prefería en vida. Pero estaría bien, sin duda, que
año en que toque cumplir el septenario de la subida de la virgen desde
Garaballa, el nuevo duque de Alba y marqués de Moya bajara un poco de los
entresijos de la vida social para encumbrarse en las ásperas sierras que tienen
a Moya como centro y punto de referencia.
También deberían hacerlo muchos
conquenses, los que nunca han sentido interés por acercarse a tan sorprendente
lugar. Tengo conciencia de ello porque en múltiples ocasiones, en reuniones o
en charlas con conocidos, cuando ha salido el nombre mágico ha sido mayoría la
que confiesa abiertamente su desconocimiento. Y para nosotros, pienso yo, ir a
Moya al menos una vez en la vida debería ser una ceremonia ritual como la que
cumplen los musulmanes yendo a La
Meca , con el convencimiento cierto de que, quienes vayan esa
inicial ocasión, repetirán la experiencia. Y eso incluye a los colegios de toda
la provincia, que no solo del Museo de las Ciencias y Tierra de Dinosaurios
debe alimentarse el espíritu educativo juvenil. Y amplío la incitación a
aquellos otros que, viajando por la provincia de Cuenca, atraídos por múltiples
alicientes festivos, gastronómicos, culturales y demás, encontraran también un
resquicio para descubrir este fantástico lugar.
Moya es una expresiva y dramática
demostración práctica de cómo las condiciones ambientales, políticas y
económicas inciden de manera directa sobre el sostenimiento de una población.
Todo lo que se dice sobre la importancia de las comunicaciones y su influencia
en la actividad productiva encuentra aquí un esclarecedor ejemplo. El lugar que
era el centro demográfico y administrativo del marquesado se vino abajo en
apenas unos pocos años, hasta quedar totalmente abandonado, sencillamente
porque la carretera se alejó de allí para potenciar otros lugares próximos. No
hay en toda la provincia un caso tan espectacular como éste.
Las ruinas, por lo general, suelen ser
muy bellas y más cuanta más antigüedad acumulen. Las de Moya lo son. Desde que
en el acercamiento al cerro se advierte la presencia del melancólico castillo,
dominando serenamente el conjunto del amplio valle, se advierte un sentimiento
interior de profunda desazón, que tiene mucho que ver con la melancolía y que
se acrecienta cuando emprendemos la subida, a través del Arrabal, buscando los
senderos que conducen hasta las puertas del recinto amurallado. Hemos conocido
la ruina absoluta del lugar, manteniéndose sólo precariamente en pie la iglesia
y el ayuntamiento y asistimos también a la lenta recuperación de algunos de los
elementos consustanciales a la esencia de este lugar mágico y ensoñador.
Seis
parroquias, dos conventos, una docena de casas y palacios señoriales y el
castillo como apéndice dominante de todo el recinto amurallado, formaban el
casco urbano de Moya en su momento de esplendor, en el siglo XVI. De todo ello,
solo la iglesia de Santa María y, enfrente, el Ayuntamiento, permanecen hoy en
pie, símbolos postreros ‑iglesia, municipio‑ de los antiguos poderes que
convivieron en la villa; alguna espadaña, cierta pared, un fragmento de la
torre del homenaje son, junto a aquellos, los únicos signos visibles del
conjunto urbano de Moya, declarado conjunto histórico‑artístico por Real
Decreto 2726, de 03‑09‑1982 (BOE 02‑11‑82).
Aparte
los edificios singulares que, más o menos en precario se mantienen en pie,
puede adivinarse el trazado de la villa mediante los restos de calles (la Real , que va desde la Plaza Mayor al
castillo sigue estando empedrada) que aún pueden ser paseadas y a las que
vierten muros de naturaleza indefinida. Hasta mediados del siglo XX
permanecieron en pie algunas viviendas; hoy no queda ni una. Pese a ello, el
discurrir pausado por estas venerables ruinas permite todavía adivinar el
trazado de sus calles, pisar el empedrado original, observar las cuadrículas
interiores de lo que fueron vivienda; en definitiva, es posible seguir
mentalmente el sueño que nos traslada a épocas pretéritas lo que produce,
necesariamente, una fortísima impresión a poco que el paseante tenga el ánimo
un poco sensible.
El
recinto amurallado, con su castillo como factor dominante y la sucesión de
puertas felizmente restauradas merecen y necesitan un comentario aparte que
prometo para otra de estas notas viajeras.
Aunque no toque septenario, cualquier
ocasión es buena para volver a Moya los que vamos allí habitualmente o para hacerlo
por primera vez quienes no lo conocen. Y para ver cómo puertas, iglesias y
conventos vuelven a adquirir algo parecido a sus formas primitivas. Es dudoso
que esta recuperación pueda incluir también el retorno de quienes hace un siglo
se marcharon precipitadamente, pero si hay otros sitios que organizan
llamativas (y bien publicitadas) campañas de asentamiento vecinal, no veo por
qué no podría ocurrir algo parecido con Moya.
Cómo llegar
Desde Cuenca se debe tomar la N-420 en
dirección a Cañete y poco antes de llegar a esta villa, a la derecha se sigue
por la autonómica C-215 hasta Landete y aquí, a la izquierda, la provincial CUV
5003 que, tras atravesar Los Huertos de Moya nos conduce hasta Moya.
Dónde comer y dormir
Hotel Tierras de Moya. Calle Real, 28 (Huertos de Moya); 969
361 577 / 678 612 496. Tiene restaurante
Casa
Rural Serranía de Moya. Calle Real, 4 (Huertos de Moya); 969 361 191. Tiene
restaurante.
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