A veces abusamos -yo también, desde luego- de
apelaciones un tanto rutinarias a “lo desconocido”, “lo olvidado”, con
aplicación directa a pueblos y lugares que, en realidad, están al alcance de la
mano, requiriendo apenas un pequeño esfuerzo para ir a verlos o conocerlos. Es
cierto que, en la situación hacia la que ha derivado nuestro mundo, empeñado en
seguir las pistas marcadas por las grandes líneas de comunicación –autopistas,
autovías, trenes de alta velocidad, aviones que ponen más cerca Londres y Nueva
York que un pueblo de aquí al lado- los pequeños lugares carentes de esas
virtudes van quedando cada vez más al margen, como puntos perdidos en el mapa,
indiferentes al interés del colectivo turístico. Y como el gremio educativo
tampoco parece estar por la labor, agobiado sin duda por otras graves
preocupaciones, una sombra de silencio o desconocimiento va extendiéndose por
tantos sitios que deberían merecer una mirada amistosa de vez en cuando.
Barchín del Hoyo no está
en ninguna encrucijada de caminos ni a tiro de piedra de otros sitios de
tronío. Al pueblo hay que ir aposta, con toda la intención del mundo, buscando
la incómoda carretera que cruza las últimas estribaciones de la Serranía ante de alcanzar
las llanura manchegas. Por ella se alcanza un lugar cargado de historia, sobre
todo la vinculada a la Fuente
de la Mota y
adornado con un exquisito cuidado en todo lo que corresponde al municipio (ya
saben: limpieza, orden en las calles, buena pavimentación), lo que permite
valorar mejor el patrimonio local, escaso pero muy expresivo.
Pero no es de eso de lo que quería
hablar hoy, aunque es tema interesante, suficiente para generar literatura
viajera, sino de uno de los elementos urbanos más singulares no sólo de Barchín
del Hoyo (que tiene varios, incluido el elegante Ayuntamiento y la vistosa
iglesia parroquial) sino de los pueblos situados en el entorno más inmediato y
no es otro que una soberbia casa palacial a la que se conoce indistintamente
con el nombre tradicional de los Zapata de Perea o el más moderno de los
Melgarejo. Es un edificio de auténtica solera, dentro de la habitual severidad
sin excesivos adornos que es propia de la arquitectura de nuestra tierra, en la
que no suele haber espacios para alfeñiques decorativos. Aquí manda la piedra,
el trazado rectangular, la severa portada adintelada, el reparto regular de las
ventanas, todas ellas protegidas por las imprescindibles rejas de forja
castellana. Construido en el siglo XVI y reformado en el XVIII, el edificio
forma parte de una amplísima finca que aún conserva sus utilidades
agropecuarias, cuya fachada principal, la que da a la plaza, se estructura mediante
dos plantas, en disposición regular y tiene como elemento más
destacado la portada de sillería, adintelada, con un escudo recercado en su
parte superior central que culmina en un frontón unido con elegante disposición
de volutas al dintel. El friso situado en la parte superior presenta también
abundante decoración.
El gran edificio palaciego se encuentra
en la calle de la Yedra, que forma parte de la plaza titulada Rincón de Acuña y
puede visitarse, si se solicita a los propietarios. Se trata de
un gran volumen arquitectónico, de nobilísima traza, con un gran portón
principal y varios ejemplares de rejería tradicional, distribuidos, como toda
la fenestración en fachada, de manera regular. Perfectamente conservado, es una alegría poder decirlo y
no lamentar cuestiones ruinosas.
La
edificación se organiza en torno a un patio de carácter popular y espíritu
manchego, uno de cuyos sectores lo ocupa por completo la casa-palacio, cuya
fachada trasera da a él. Se distribuye en dos plantas; la primera se forma con
vestíbulo, dependencias de servicio, salas y arranque de la escalera por la que
se accede a la planta superior, en un solo tramo recto, cubierto por una falsa
cúpula bellamente decorada al fresco con motivos ornamentales y geométricos. En
esa segunda planta quedan ubicadas las demás dependencias domésticas. Una
cubierta a cuatro aguas forma el remate de esta valiosa edificación palacial.
En la tranquilidad cotidiana del
pueblo, donde cada cual va a lo suyo, como es cosa normal, el paseante de sus
calles puede entretenerse sin prisas en la contemplación de esta auténtica joya
del barroco civil conquense, sobrio en su trazado elemental con los
imprescindibles toques de adorno correspondientes al señorío de quienes
impulsaron su construcción.
Cómo llegar
Por la carretera provincial CUV 7141,
que hace un arco para comunicar Valera de Abajo y Olmedilla de Alarcón, ambos
en la CM 2100.
Dónde dormir
El Rincón de la Luz. San Roque, 52; 963 641
098 / 606 157 858. Casa Rural
El olivar de Cuenca. Calle del Caño, 17; 693 731 445. Casa Rural
El olivar de Cuenca. Calle del Caño, 17; 693 731 445. Casa Rural
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