Paz y belleza en un santuario mariano
A Garaballa hay que ir. Quiero decir
que no es uno de esos sitios que uno se encuentra al albur de cualquier recodo
en cualquier camino, mejor o peor asfaltado, con la excepción clamorosa de
autovías y autopistas (además de trenes de alta velocidad), sistemas de
transportes en los que no es posible encontrar nada que merezca la pena, a
salvo todos los lugares del presuroso avanzar en busca de destino, cuando lo
emocionante de los viajes es, justamente lo contrario, la posibilidad de
encontrar lo que no se espera, incluyendo el tiempo necesario para verlo y
disfrutarlo.
Concluida la digresión volvamos al hilo
principal, tomando el argumento donde arrancó, en la primera frase de este
artículo: a Garaballa hay que ir, como en un ejercicio voluntario, elegido de
manera consciente. Hay ocasiones que promueven el acercamiento a miles de
personas, empeñadas en vivir la siempre emocionante romería que traslada desde
aquí hasta la ruinosa (y no por ello menos hermosa) villa de Moya a la virgen
de Tejeda. Pero también puede hacerse en cualquier otro momento, en el amable
otoño envuelto por la melancolía consustancial con el periodo más suavemente
adormecedor de cuantos forman el repertorio anual. o en la romántica primavera,
de suaves temperaturas. Envuelto en la serena sucesión de pinares siempre
inmutables, el viajero llega finalmente al fondo del valle donde Garaballa se
mece entre las colinas inmediatas, sin que falte tampoco el arrullo del río
Ojos de Moya, que discurre cercano para perderse entre breñas pedregosas donde
se oculta la cueva en que, cuentan historias tradicionales, resistentes a
mentes descreídas o escépticas, se apareció la virgen en aquellos tiempos
medievales que siguen dando tanto juego en los tiempos modernos que vivimos.
No hay barullo ni multitudes ni romeros
cualquier día ordinario que se elija para acercamos a Garaballa. Todo es calma
y sosiego a través de las calles del pueblo, por las que paseamos intentando
adivinar el trazado original de la villa, ahora tan distorsionado, como es
habitual, por desgracia, en casi todos los pueblos conquenses. En cambio, el
monasterio sigue luciendo espléndido, recompuestos algunos de sus problemas y
superados los desafueros cometidos en épocas por ocupantes circunstanciales.
Ahora no los hay. La última comunidad seudomonacal (en verdad, no se cómo se
debe calificar a estos grupos que, al amparo de la permisividad de algunos
obispos, arraigan en sus diócesis no se sabe bien para qué) abandonó el lugar
después de vivir situaciones de escándalo que ya pocos tienen ganas de
recordar: la Iglesia es tan generosa perdonando a sus propios pecadores como
rigurosísima con los pecados de los demás. Por supuesto, esos huéspedes no
tenían nada que ver con los primitivos trinitarios que ocuparon el monasterio
en sus inicios. Ahora, aquellas celdas han sido adaptadas como habitaciones de
un precioso hotel, articuladas en torno a un claustro central austero pero
bellísimo, con ese encanto natural, siempre admirable, que tienen estos
recintos cuadrangulares situados en el corazón de los conventos.
Este de Garaballa es un edificio de
grandes proporciones y muestra en su construcción que no se escatimaron medios
para llevarlo adelante, aunque la obra se desarrolló en varias etapas. Es de
dos plantas y su aspecto general ofrece una clara inspiración herreriana, en lo
que este estilo tiene de regularidad y clasicismo.
La planta baja de ambas alas adquiere
la disposición de arquerías de medio punto, ciegas, sobre pilastras, con una
imposta corrida sobre todas ellas en la parte superior, para diferenciarla así
de la planta segunda, que tiene dos diferentes distribuciones: en una de las
alas se repite la arquería, pero con menor altura que la planta inferior,
mientras que en la otra ala se organiza en forma de ventanas rectangulares, una
sobre cada arco inferior.
Sí está siempre abierta -y es detalle
digno de agradecer- la espléndida iglesia barroca en cuyo lugar de honor reside
de manera permanente la imagen de Santa María de Tejeda. Y es una delicia
encontrar posada y comida en la hospedería, por fortuna operativa, en un
ambiente amable y con una cocina de carta medida y calidad sobresaliente,
virtudes que animan la estancia y compensan de los rigores climáticos de la
jornada para hacer agradable las horas pasadas al amparo del lugar. La historia
extiende sobre nosotros su manto benéfico y el presente parece estar alejado de
crisis, tristezas, problemas y amarguras, rosario de cuestiones que forman el
repertorio de la actualidad cotidiana. En Garaballa priman la tranquilidad, la
belleza, la ausencia de prisas. Como si fuera un islote de serenidad en la
turbamulta de alrededor.
Cómo llegar
Desde Cuenca, por la N-420 hasta
alcanzar el desvío por la CM 215. Al llegar a Fuentelespino de Moya se toma la
provincial CU 5006 y por ella se llega a Garaballa.
Alojamientos
Hospedería Nuestra Señora de Tejeda. Calle del Convento (a la
entrada del pueblo); 969 367 076
Casa
Rural El Rincón de Tejeda. Horno, 31; 653 954 662
Dónde comer
Restaurante
Asador Los Arcos. Calle
Tornajo, 8; 969 367 041
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