viernes, 3 de abril de 2020

GARABALLA. EL SANTUARIO DE TEJEDAD


  

Paz y belleza en un santuario mariano

A Garaballa hay que ir. Quiero decir que no es uno de esos sitios que uno se encuentra al albur de cualquier recodo en cualquier camino, mejor o peor asfaltado, con la excepción clamorosa de autovías y autopistas (además de trenes de alta velocidad), sistemas de transportes en los que no es posible encontrar nada que merezca la pena, a salvo todos los lugares del presuroso avanzar en busca de destino, cuando lo emocionante de los viajes es, justamente lo contrario, la posibilidad de encontrar lo que no se espera, incluyendo el tiempo necesario para verlo y disfrutarlo.
    Concluida la digresión volvamos al hilo principal, tomando el argumento donde arrancó, en la primera frase de este artículo: a Garaballa hay que ir, como en un ejercicio voluntario, elegido de manera consciente. Hay ocasiones que promueven el acercamiento a miles de personas, empeñadas en vivir la siempre emocionante romería que traslada desde aquí hasta la ruinosa (y no por ello menos hermosa) villa de Moya a la virgen de Tejeda. Pero también puede hacerse en cualquier otro momento, en el amable otoño envuelto por la melancolía consustancial con el periodo más suavemente adormecedor de cuantos forman el repertorio anual. o en la romántica primavera, de suaves temperaturas. Envuelto en la serena sucesión de pinares siempre inmutables, el viajero llega finalmente al fondo del valle donde Garaballa se mece entre las colinas inmediatas, sin que falte tampoco el arrullo del río Ojos de Moya, que discurre cercano para perderse entre breñas pedregosas donde se oculta la cueva en que, cuentan historias tradicionales, resistentes a mentes descreídas o escépticas, se apareció la virgen en aquellos tiempos medievales que siguen dando tanto juego en los tiempos modernos que vivimos.
    No hay barullo ni multitudes ni romeros cualquier día ordinario que se elija para acercamos a Garaballa. Todo es calma y sosiego a través de las calles del pueblo, por las que paseamos intentando adivinar el trazado original de la villa, ahora tan distorsionado, como es habitual, por desgracia, en casi todos los pueblos conquenses. En cambio, el monasterio sigue luciendo espléndido, recompuestos algunos de sus problemas y superados los desafueros cometidos en épocas por ocupantes circunstanciales. Ahora no los hay. La última comunidad seudomonacal (en verdad, no se cómo se debe calificar a estos grupos que, al amparo de la permisividad de algunos obispos, arraigan en sus diócesis no se sabe bien para qué) abandonó el lugar después de vivir situaciones de escándalo que ya pocos tienen ganas de recordar: la Iglesia es tan generosa perdonando a sus propios pecadores como rigurosísima con los pecados de los demás. Por supuesto, esos huéspedes no tenían nada que ver con los primitivos trinitarios que ocuparon el monasterio en sus inicios. Ahora, aquellas celdas han sido adaptadas como habitaciones de un precioso hotel, articuladas en torno a un claustro central austero pero bellísimo, con ese encanto natural, siempre admirable, que tienen estos recintos cuadrangulares situados en el corazón de los conventos.



         Este de Garaballa es un edificio de grandes proporciones y muestra en su construcción que no se escatimaron medios para llevarlo adelante, aunque la obra se desarrolló en varias etapas. Es de dos plantas y su aspecto general ofrece una clara inspiración herreriana, en lo que este estilo tiene de regularidad y clasicismo.
         La planta baja de ambas alas adquiere la disposición de arquerías de medio punto, ciegas, sobre pilastras, con una imposta corrida sobre todas ellas en la parte superior, para diferenciarla así de la planta segunda, que tiene dos diferentes distribuciones: en una de las alas se repite la arquería, pero con menor altura que la planta inferior, mientras que en la otra ala se organiza en forma de ventanas rectangulares, una sobre cada arco inferior.
    Sí está siempre abierta -y es detalle digno de agradecer- la espléndida iglesia barroca en cuyo lugar de honor reside de manera permanente la imagen de Santa María de Tejeda. Y es una delicia encontrar posada y comida en la hospedería, por fortuna operativa, en un ambiente amable y con una cocina de carta medida y calidad sobresaliente, virtudes que animan la estancia y compensan de los rigores climáticos de la jornada para hacer agradable las horas pasadas al amparo del lugar. La historia extiende sobre nosotros su manto benéfico y el presente parece estar alejado de crisis, tristezas, problemas y amarguras, rosario de cuestiones que forman el repertorio de la actualidad cotidiana. En Garaballa priman la tranquilidad, la belleza, la ausencia de prisas. Como si fuera un islote de serenidad en la turbamulta de alrededor.

Cómo llegar
    Desde Cuenca, por la N-420 hasta alcanzar el desvío por la CM 215. Al llegar a Fuentelespino de Moya se toma la provincial CU 5006 y por ella se llega a Garaballa.

Alojamientos

      Hospedería Nuestra Señora de Tejeda. Calle del Convento (a la entrada del pueblo); 969 367 076
   Casa Rural El Rincón de Tejeda. Horno, 31; 653 954 662

Dónde comer
      Restaurante Asador Los Arcos. Calle Tornajo, 8; 969 367 041

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