Los seres humanos tenemos
pleno derecho a sentir aficiones por unos temas y desapego por otros. Si no,
seríamos todos iguales, con el aburrimiento consiguiente. Entre mis temas
preferidos se encuentra, desde siempre, una incontenible atracción hacia los
puentes, todos los puentes, en los que encuentro una evidente importancia como
elemento de comunicación entre dos orillas en apariencia separadas, distantes,
aisladas, pero que gracias a los puentes pueden quedar enlazadas, salvando la
distancia entre ellas. Hay aquí, por supuesto, una metáfora evidente.
Me gustan los puentes,
todos los puentes, desde los pequeños, de piedra, construidos apenas para
salvar un riachuelo, y que los pueblos, por generalización simplista suelen
llamar “romanos”, cuando en realidad quedan poquísimos de aquella época y la
mayoría de los que así se denominan son medievales, hasta los más grandes, los
espectaculares no solo por sus dimensiones sino también por su tremenda
implicación en el paisaje. Ahora, en este camino arriscado, entre breñas
atrevidas que proclaman la cercanía de los Cuchillos del Cabriel, entre
inesperados brotes de vides y atravesando junto a ruinas de lo que fueron
antañonas instalaciones agropecuarias, nos acercamos a uno de los puentes más
grandes que es posible encontrar por estos senderos conquenses. En el camino
encontraremos arroyos y ramblas, como la de Mortanchinos, que si ha decidido
traer agua, es preciso cruzar como se pueda.
Hacia el Cabriel,
caminando entre bosques de coníferas y parcelas de viñas, como un milagro de la
astucia agrícola surgida en estos rodales rocosos, donde parece sólo podrían
vivir alimañas se llega a un lugar sorprendente, casi misterioso, envuelto en
soledad y silencio. El camino surge junto al santuario de Consolación, que es
término de Iniesta situado entre Villarta y Villalpardo, sigue junto a una
rambla casi siempre seca, bordea las Casas del Rato, una construcción antigua,
otra moderna y luego las ruinas de viejos molinos de agua y siguiendo esa ruta
sinuosa y encrespada, se llega a Vadocañas,
que fue aldea populosa, con una venta caminera que servía de alojamiento para
los trajinantes empeñados en ir desde la Meseta a Levante o viceversa.
Todo eso es pasado,
remembranzas con las que contar historias a la luz de la lumbre, si ahora se
mantuviera semejante costumbre. La aldea llegó a tener 30 edificios y un
centenar de habitantes que, seguramente, no eran conscientes de la considerable
belleza del puente que tenían ante la vista y que sigue existiendo, elegante,
poderoso, capaz de tolerar sin problemas el paso de los ganados. Existía ya en
1575, porque la Relación Topográfica lo encomia de manera considerable, al
explicar que es "de
piedra labrada, fecha a costa de esta villa y repartimientos de vecinos y con
gran gasto, que duró años (...) de un sólo ojo y de gran altura y anchura.
Pasan carros y gentes. Dicen ser la mayor y mejor y de grandes y mayores
piedras del reino y pasan bestias, y todo lo demás, de Toledo y otras partes a
Valencia y Requena". De ese relato se deduce que el
puente estaba recién construido, financiado por los propios vecinos de Iniesta,
seguramente porque se había arruinado otro anterior, de madera, al que se
mencionaba unos 30 años antes. Y ahí está, sigue estando, ofreciendo a la vista
una impresión visual de consideración, con su atrevida altura, 80 metros desde su borde
hasta la superficie del río, pero lo más espectacular es que tiene un solo ojo,
caso nada frecuente en este tipo de construcciones, lo que le convierte, dicen,
en una de las más importantes obras de ingeniería en Europa en tal tipo de
construcción.
Aquí terminan las hoces
del Cabriel y ahí está, cinco siglos después, impertérrito y bellísimo en su
impávida soledad, el puente de Vadocañas. A este lado, Cuenca; al otro,
Valencia, unidas así, sin fronteras ni pontazgos, enlazando ambas orillas del
río y dos territorios secularmente enlazados, que para eso sirven los puentes,
si hay inteligencia suficiente para trazarlos y construirlos.
Cómo llegar
La referencia es el sitio de Consolación,
a donde se llega por diversos caminos que salen de la carretera CM 3210, entre
Villalpardo y El Herrumblar. Una vez en el sitio de Consolación se bordea éste
y se continúa por un camino de tierra hasta llegar a la aldea de Vadocañas y el
río Cabriel.
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