Entre las muchas (muchísimas) cosas
que me llaman la atención hay una que destaca sobremanera en mi particular
catálogo de asuntos pendientes. Desvelaré pronto el misterio, sin recurrir a
las técnicas de intriga que los buenos narradores tienen siempre a mano: Las
Corbeteras, un paraje de la Serranía de Cuenca, situado en el término de
Pajaroncillo. Podría ser uno más, y de los más destacados, entre los muchos que
forman el repertorio de los llamativos paisajes que van orlando ese territorio
tan buscado y utilizado por viajeros en general y específicamente por quienes
van a la búsqueda de emociones y placeres vinculados al uso de la naturaleza.
Lo que hace singular a Las Corbeteras es su absoluto, casi total
desconocimiento, a lo que se añade la clamorosa falta de interés que los
responsables del sector turístico-ecológico vienen mostrando hacia este lugar.
Prácticamente no se cita en ninguna de las guías o folletos al uso, en ningún
sitio (salvo en algunos atrevidos itinerarios de senderismo rupestre) se recomienda
su visita y para mayor agravio, en ningún punto de la carretera está indicada
su ubicación ni cómo acceder a ellas.
Empezaremos,
pues, por situar el lugar. La mejor
referencia es el cartelito del punto
kilométrico 486 de la carretera N-420, en dirección a Cañete, pasados el acceso
a Pajaroncillo y el puente de Cristinas. Un poco más allá de ese dato, dejando
a la derecha el río Cabriel, hay en una curva un espacio en el que caben tres o
cuatro coches (casi siempre suele haber alguno, de pescador o caminante). Ese
es el lugar en que se puede aparcar. Justo enfrente (y por tanto hacia la
izquierda, hacia el monte) se inicia un camino, por el que también se puede
penetrar unos metros sobre ruedas pero en el que es muy recomendable usar los
pies, o sea caminar, haciendo el sano, estimulante y esclarecedor ejercicio de
disfrutar de Las Corberteras en plenitud y sin distracciones de otro tipo.
Por este paseo, cuesta arriba no muy
pronunciada, todo es rojo. Roja es la superficie de las rocas que nos acompañaron
por la carretera, formando la gran pared que se vuelca sobre el asfalto; roja
es la tierra que vamos pisando en el acercamiento hacia el corazón del paraje;
roja es el agua que en forma de hilillos se desliza sobre la superficie; roja
es la arena que se diluye entre los pies a medida que avanzamos. De esa forma comprobamos con
nuestros propios ojos lo que dice la definición en términos geológicos, al
calificar estas rocas como cresterías de arenisca rojiza formadas por
materiales del triásico. En definitiva,
es el rodeno, la otra gran variante paisajística, visual, de la Serranía de
Cuenca tan diferente del otro reclamo, el de la Ciudad Encantada, esta sí (y
sus similares) disfrutando de las bendiciones oficiales en forma de popularidad
y difusión.
A
medida que se avanza por el paraje es perceptible cómo se van dibujando esas
grandes cresterías que constituyen un bosque de rocas caprichosas en su
silencio de orgullo milenario. La acción del tiempo, la acumulación de
cataclismos y erosiones ha ido forjando la desnudez de las placas pétreas que
apoyadas una sobre otra asemejan un montón de libros apilados en equilibrio
inestable. En el interior del bosque de piedras predominan las formas aisladas,
solitarias, en las que se van
dibujando figuras impresionantes,
magníficas, por entre las que pasa silbando el suave viento serrano envuelto en
sonidos de mágicas resonancias. Pequeños robles conviven con los
altos pinos laricios. Un rico sotobosque forma la superficie sobre la que se
deslizan pequeños hilos de agua, nacidos quien sabe dónde. Como tampoco tiene
un origen estable el rumor del aire circulando libremente a través de las rocas
y los árboles. No falta en el paraje el ingrediente histórico, un campo de
túmulos funerarios de épocas perdidas en la oscuridad de los tiempos.
Entre las corbeteras o corbeteros (el
nombre puede proceder de la denominación popular con que se conoce en algunas
zonas de la provincia a la tapadera del puchero de barro) se puede transitar,
por lo general, en la más absoluta soledad, porque son contados los
exploradores que se atreven a caminar por estos andurriales en los que sólo
puede encontrarse belleza y sentimientos que ayudan a la meditación
En
el año 2004, nada menos que en el año 2004, la administración regional inició
un expediente para declarar monumento natural el Rodenal de Cabriel, donde se
incluían Las Corbeteras. Siguiendo los pasos que marca la normativa, el 11 de
enero de 2005 el expediente se sometió a información pública. Supongo que a
estas alturas nadie se acuerda ya de ese expediente que, con seguridad, habrá
sido cuidadosamente empaquetado y archivado. Y así, entre unas cosas y otras,
Las Corbeteras de Pajaroncillo duermen silenciosamente su secular olvido, para
castigo de quienes no conocen semejante maravilla de la naturaleza, mientras la
administración, presunta cuidadora de los bienes públicos, se lava
cuidadosamente las manos.