sábado, 30 de mayo de 2020

PAJARONCILLO. LAS CORBETERAS




Entre las muchas (muchísimas) cosas que me llaman la atención hay una que destaca sobremanera en mi particular catálogo de asuntos pendientes. Desvelaré pronto el misterio, sin recurrir a las técnicas de intriga que los buenos narradores tienen siempre a mano: Las Corbeteras, un paraje de la Serranía de Cuenca, situado en el término de Pajaroncillo. Podría ser uno más, y de los más destacados, entre los muchos que forman el repertorio de los llamativos paisajes que van orlando ese territorio tan buscado y utilizado por viajeros en general y específicamente por quienes van a la búsqueda de emociones y placeres vinculados al uso de la naturaleza. Lo que hace singular a Las Corbeteras es su absoluto, casi total desconocimiento, a lo que se añade la clamorosa falta de interés que los responsables del sector turístico-ecológico vienen mostrando hacia este lugar. Prácticamente no se cita en ninguna de las guías o folletos al uso, en ningún sitio (salvo en algunos atrevidos itinerarios de senderismo rupestre) se recomienda su visita y para mayor agravio, en ningún punto de la carretera está indicada su ubicación ni cómo acceder a ellas.
     Empezaremos, pues, por situar el lugar. La mejor referencia es  el cartelito del punto kilométrico 486 de la carretera N-420, en dirección a Cañete, pasados el acceso a Pajaroncillo y el puente de Cristinas. Un poco más allá de ese dato, dejando a la derecha el río Cabriel, hay en una curva un espacio en el que caben tres o cuatro coches (casi siempre suele haber alguno, de pescador o caminante). Ese es el lugar en que se puede aparcar. Justo enfrente (y por tanto hacia la izquierda, hacia el monte) se inicia un camino, por el que también se puede penetrar unos metros sobre ruedas pero en el que es muy recomendable usar los pies, o sea caminar, haciendo el sano, estimulante y esclarecedor ejercicio de disfrutar de Las Corberteras en plenitud y sin distracciones de otro tipo.
     Por este paseo, cuesta arriba no muy pronunciada, todo es rojo. Roja es la superficie de las rocas que nos acompañaron por la carretera, formando la gran pared que se vuelca sobre el asfalto; roja es la tierra que vamos pisando en el acercamiento hacia el corazón del paraje; roja es el agua que en forma de hilillos se desliza sobre la superficie; roja es la arena que se diluye entre los pies a medida que avanzamos. De esa forma comprobamos con nuestros propios ojos lo que dice la definición en términos geológicos, al calificar estas rocas como cresterías de arenisca rojiza formadas por materiales del triásico. En  definitiva, es el rodeno, la otra gran variante paisajística, visual, de la Serranía de Cuenca tan diferente del otro reclamo, el de la Ciudad Encantada, esta sí (y sus similares) disfrutando de las bendiciones oficiales en forma de popularidad y difusión.
     A medida que se avanza por el paraje es perceptible cómo se van dibujando esas grandes cresterías que constituyen un bosque de rocas caprichosas en su silencio de orgullo milenario. La acción del tiempo, la acumulación de cataclismos y erosiones ha ido forjando la desnudez de las placas pétreas que apoyadas una sobre otra asemejan un montón de libros apilados en equilibrio inestable. En el interior del bosque de piedras predominan las formas aisladas, solitarias, en las que se  van dibujando  figuras impresionantes, magníficas, por entre las que pasa silbando el suave viento serrano envuelto en sonidos de mágicas resonancias. Pequeños robles conviven con los altos pinos laricios. Un rico sotobosque forma la superficie sobre la que se deslizan pequeños hilos de agua, nacidos quien sabe dónde. Como tampoco tiene un origen estable el rumor del aire circulando libremente a través de las rocas y los árboles. No falta en el paraje el ingrediente histórico, un campo de túmulos funerarios de épocas perdidas en la oscuridad de los tiempos.
      Entre las corbeteras o corbeteros (el nombre puede proceder de la denominación popular con que se conoce en algunas zonas de la provincia a la tapadera del puchero de barro) se puede transitar, por lo general, en la más absoluta soledad, porque son contados los exploradores que se atreven a caminar por estos andurriales en los que sólo puede encontrarse belleza y sentimientos que ayudan a la meditación
      En el año 2004, nada menos que en el año 2004, la administración regional inició un expediente para declarar monumento natural el Rodenal de Cabriel, donde se incluían Las Corbeteras. Siguiendo los pasos que marca la normativa, el 11 de enero de 2005 el expediente se sometió a información pública. Supongo que a estas alturas nadie se acuerda ya de ese expediente que, con seguridad, habrá sido cuidadosamente empaquetado y archivado. Y así, entre unas cosas y otras, Las Corbeteras de Pajaroncillo duermen silenciosamente su secular olvido, para castigo de quienes no conocen semejante maravilla de la naturaleza, mientras la administración, presunta cuidadora de los bienes públicos, se lava cuidadosamente las manos.


martes, 26 de mayo de 2020

MOTA DE ALTAREJOS



   El nombre de este lugar, un pequeño enclave situado en la parte central de la provincia, alude al afán de humildad en que se inspiraron sus primitivos habitantes a la hora de bautizarlo, apenas una mota, una señal casi insignificante en un terreno que anuncia la inmediata proximidad de la llanura manchega. El río Altarejos, también de modestos recorrido y caudal, cruza estas tierras agrícolas y a su amparo se formó el sexmo de Altarejos, una especie de microclima social y económico, surgido en los momentos de la repoblación cristiana, tras la conquista de Cuenca a finales del siglo XII. A esa época corresponde la erección de su pequeña iglesia que, pese a los cambios posteriores, puede ser incluida sin mayores problemas en el estilo románico propio de los tiempos medievales.
   Mota de Altarejos se encuentra acomodado en la falda de una pequeña colina y al amparo de la corriente del arroyo que pasa a los pies. Esa disposición hace que la distribución del caserío esté dispuesta en una ligera inclinación, desde la parte más baja, a nivel de río y carreteras hasta la más alta, marcada por la presencia de la iglesia, situada en posición apartada, a unos metros de donde terminan las viviendas. Allí, en efecto, en lo alto del promontorio, perfectamente aislada, la pequeña construcción permanece solitaria, contemplando cómo discurre la vida de la cada vez más reducida población, ajena quizá a la presencia de este bello recinto arquitectónico, que cuenta con las bendiciones oficiales en forma de reconocimiento de su condición de Bien de Interés Cultural, en la categoría de monumento.
   La construcción original era románica, pero fue muy modificada posteriormente, para sustituir el ábside primitivo semicircular y alargar la longitud de la nave además de incorporar la actual espadaña. No obstante puede apreciarse con bastante nitidez la inicial estructura románica, periodo del que se conservan parte del muro norte y un fragmento más breve del muro sur, además de la portada. Una idea de cómo era el templo anterior a las reformas se puede encontrar en los datos aportados por una visita diocesana que en 1569 anota cómo las paredes son de piedra y el techo de madera.
   La obra actual, tal como la vemos, está construida en mampostería con sillares en las esquinas, que se superpone a la arenisca románica inicial; además, también se pueden apreciar los sillares originales del presbiterio, ahora incorporados a los muros. La portada se encuentra en la fachada sur, de estilo protogótico con dos arquivoltas abovedadas lisas que apuntan ya la ojiva; las dovelas y las jambas son de sillares; se decora con un recercado de puntos de diamante en el trasdós, como es costumbre en las iglesias de este grupo. El muro conserva un alero de canecillos recortado con escocia en el borde inferior. Estos son los elementos más destacados del estilo primitivo, los que justifican su inclusión en el apartado dedicado a las iglesias de la época medieval.
   A él no corresponde la espadaña que está a los pies del edificio y se organiza en dos cuerpos, recogiendo el espíritu renacentista. También en el interior se aprecian las modificaciones introducidas posteriormente; tiene una sola nave, de planta rectangular, que se modifica en el cabecero cuadrado, separados ambos sectores por un arco de medio punto con moldura interior, que se apoya sobre gruesos pilares cilíndricos. La nave se cubre con artesa de madera sujeta por vigas tirantes y es una solución de evidente atractivo estético.
   La pequeña y sencilla iglesia de Mota de Altarejos es un buen ejemplo de que en cualquier lugar, por modesto y humilde que sea, puede encontrar acomodo el sentido artístico de seres anónimos que, fieles a su tiempo, fueron capaces de transformar tendencias y modas para aplicarlas en el ámbito en que vivían y al que aportaron sentido del equilibrio aplicado a la necesidad utilitaria que demandaban las gentes del lugar.


Cómo llegar
    Por la carretera N-420, en dirección al sur de la provincia. Pasado el puente del Castellar, en el kilómetro 401 se encuentra en desvío que apenas a 100 metros lleva hasta el pueblo.

sábado, 16 de mayo de 2020

VILLAESCUSA DE HARO. UNA JOYA DEL ARTE




Queda Villaescusa de Haro al lado del camino, pegada a él, pero como ausente del tráfago humano que va por el asfalto de un sitio a otro, como si no fuera con el ánimo de la villa el trasiego incontenible, el devenir constante del paso del tiempo que parece introducir una distorsión en lo que permanece constante, como el recuerdo de la serie de obispos que aquí nacieron y desde aquí fueron a parar a diversas diócesis españolas, entre ellas la propia, la de Cuenca, donde varios (Diego Ramírez de Villaescusa en cabeza) dejaron una impronta tan duradera que sobrevive más allá de las circunstancias concretas. De aquella época mantiene su elegante presencia la iglesia parroquial dedicada a San Pedro Apóstol, en cuyo interior, como formando un aparte, se cobija uno de los más extraordinarios recintos artísticos que jalonan el mapa de la provincia.
      La iglesia, de tres naves, empezó a construirse a mediados del siglo XVI, sobre los restos de otra anterior, que lógicamente sería de un estilo más primitivo pero en la que -y es cosa digna de ser destacada- se respetó la capilla dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, levantada a comienzos de ese mismo siglo, de manera que mientras en el conjunto del templo se aprecian las circunstancias rigurosas del Renacimiento, se mantiene en esta capilla la tendencia marcada por el gótico-isabelino, propio de la inspiración de la reina católica.
      El interior del templo es verdaderamente de una grandeza solemne a la vez que austera, porque no hay en su fábrica elementos decorativos de especial brillantez externa, pero el equilibrio está patente en sus tres naves que culminan en otras tantas capillas cubiertas con cúpulas de media naranja, a las que se unen otras laterales. El retablo mayor es una obra tardía del barroco español, construido hacia el año 1765, con una estructura que apunta ya la regularidad esquemática del neoclásico, con altas columnas rematadas en capiteles corintios.



     Pero dentro de ese conjunto hay que dirigir la mirada de manera intensa hacia ese rincón que forma una auténtica individualidad artística, un espacio de singular belleza, que es la capilla de la Asunción, fundada en 1507 por el ya citado obispo Diego Ramírez para que sirviera de enterramiento familiar y para ello no solo se preocupó de dirigir la obra por sí mismo, sino que además la dotó con una capellanía formada por seis religiosos, cuatro diáconos y dos acólitos. Se llega a ella por la nave del Evangelio, a través de una triple arcada adornada con multitud de labores y estatuillas; es de planta cuadrada que en la parte superior se convierte en un octógono para quedar cubierta por una bóveda estrellada. Hay una finísima labra de piedra en arcos, capiteles, celosía, ventanales, produciendo en general una impresión fastuosa, la que genera una obra de tales características artísticas en la que destaca, sobre todo, el impresionante retablo dedicado a una escenificación de la vida de la virgen María, para concluir en su Asunción a los cielos, episodios que se pueden seguir, con un carácter verdaderamente didáctico, a lo largo de los paneles que forman la obra, que siendo gótica, apunta ya las maneras y las tendencias que en estos momentos estaba incorporando el Renacimiento.
     Fiel a la intención del fundador, hay varios enterramientos de miembros de la familia Ramírez, cuya presencia viene a complementar el admirable espectáculo que se nos ofrece dentro de esta iglesia parroquial en la que, como complemento moderno hay que señalar la recuperación por los hermanos Desmottes de un órgano clásico, sin que se pueda olvidar la existencia de la impresionante custodia labrada por Becerril y que se encuentra depositada en el Museo Diocesano de Cuenca, de donde viene a la villa cada año, el día de Corpus Christi.

Cómo llegar

      Villaescusa de Haro se encuentra en la carretera N-420, diez minutos antes de llegar a Belmonte.

Dónde comer y dormir

    Palacio Rural Universitas. Calle Colegio, 2; 605 016 075. Casa rural. Situada en un edificio estilo renacimiento reconstruido.
    Casa Rural San Juan. Plaza de San Juan, 6; 690 932 728
    Casa Rural El Capellán. Plaza de San Juan, 6; 690 932 728
    Restaurante Saga. En la carretera N-420, frente al acceso a la villa; 967 168 577

    Bar Cococó. Santa Ana, 34


MASEGOSA. EL TORMAGAL



    EL TORMAGAL DE MASEGOSA (Foto: José Luis Muñoz)

       Intentamos no hacer comparaciones. Cada lugar tiene su propia esencia, una personalidad definida, sin necesidad de establecer vinculaciones de cualquier tipo con otro de similares características. Así deben ser las cosas, pero ese planteamiento inicial, con su carga teórica, no puede impedir que, en casos concretos, aparezca una línea de comunicación con otro de similar naturaleza. Así es, necesariamente, cuando hablamos de El Tormagal, una formación cárstica que responde a las líneas generales apuntadas ya para este proceso natural que se viene escenificando desde hace millones de años sobre la morfología calcárea de la Serranía de Cuenca. Y sin embargo, pese a tales concomitancias evidentes, el paraje se encuentra singularizado, tiene sus propios matices definidores y por ello no merece quedar subsumido en conceptos globales que pudieran resultar injustos.
       El primero de esos matices es el silencio, la soledad, la calma íntima que se desparrama por el paraje, donde se respira intensamente el aroma de la serenidad más profunda de la Serranía, en el sector nororiental que se asoma a los desequilibrios más atrevidos, los del Alto Tajo, que discurre al otro lado. Estamos, sí, en la Serranía de Cuenca, en el seno del monte Muela Pinilla y del Puntal, cuya apariencia externa es la de un monte más, plagado de elegantes y airosas coníferas. Pero al traspasar ese límite exterior, el más visible y penetrar en lo interno (en su alma, podríamos decir, metaforizando una cualidad humana) encontramos el magnífico despliegue de cuanto la naturaleza cárstica ha sabido elaborar, con singular ingenio de formas y osadas elucubraciones rocosas para provocar en el espectador un sentimiento de maravillada complacencia. Como corresponde al lugar en que nos encontramos, el soporte geológico lo forman dolomías surgidas desde materiales mesozoicos que se organizan mediante un sinclinal en cuyo núcleo afloran las calizas del cretácico superior, ese periodo extraordinario de la formación del mundo sobre el que encuentran apoyo y sustento los inmensos, serenos, alados pinares que cantó tan musicalmente Góngora. Más allá, en el borde de la muela, los materiales son jurásicos, coincidiendo por lo común con los anticlinales que así forman esta inenarrable sinfonía de portentos naturales.
       Pero hemos mencionado el silencio, la calma, que son conceptos sinónimos de paz, tranquilidad, sosiego. Todo ello está en el seno más profundo de El Tormagal, un universo sin senderos, ni indicadores, ni puntos de abastecimiento. Los pies siguen una inspiración autónoma, dejándose llevar libremente por el atractivo de esta forma o aquella, porque aquí, en el interior del paraje, se ofrece a la vista todo un despliegue de dolinas, uvalas, lapiaces, simas, surgencias, sumideros y, al fin, lo que viene a resultar más espectacular para los ojos profanos, un elegante despliegue de formas rocosas calcáreas pacientemente moldeadas por el rítmico trabajo de un agua incansable en su laborioso objetivo de moldear la superficie de las calizas sobre las que cae, sea tenue o furiosamente, según las circunstancias para dibujar elegantes y alados tormos, atrevidos arcos, caprichosos callejones o fantasiosas figuras que asemejan animales u objetos concretos. Y entre ellos, aquí o allá, la generosa y variopinta vegetación propia de la Serranía de Cuenca, con un esplendoroso sotobosque de matorrales y arbustos entre los que alzan su poderosa figura respetables ejemplares del pinus sylvestris, el árbol más característico del paraje, junto a una copiosísima agrupación de cuantas maravillas vegetales forman el repertorio riquísimo de estos breñales serranos, entre los que señalan los expertos la muy original presencia de la orquídea cephalanthera rubra, entre otras varias. Y sin olvidar que por aquí, aunque resulte difícil percibirlos a simple vista, pululan mariposas singulares, insectos sumamente interesantes (el ortóptero steropleuus ortegi es endémico en este lugar), los juguetones tejón y gineta, el arisco gato montés y piezas mayores, menos insólitas, como el jabalí o el ciervo. Bajo la templada temperatura de los meses centrales del año o bajo el severo rigor de las grandes nevadas que cubren estos suelos, los pasos perdidos de los seres humanos, felices de evolucionar sin criterios prefijados, sienten el profundo ensanchamiento de experiencias aprehendidas generosamente.


       Es El Tormagal un pequeño paraíso natural, vinculado al territorio municipal de Masegosa, en el seno del monte público Muela Pinilla y del Puntal. El pueblo, pequeño pero muy acogedor, ha estado históricamente vinculado siempre a la villa de Beteta, pero hace siglo y medio que tiene personalidad municipal propia. En sus calles podemos encontrar todavía algunos valiosos ejemplos (no tantos, ay, como hubo tiempo atrás) de arquitectura popular serrana. Y en sus alrededores apreciamos la enorme y generosa variedad de los paisajes, la amplitud de los horizontes y el misterio, siempre insondable, con que la naturaleza abruma la contemplación de los seres humanos, agradecidos a la vez que impresionados ante la maravillosa visión de lugares como El Tormagal.
            [El monte Muela Pinilla y del Puntal, en el que se encuentra el paraje El Tormagal, fue declarado Monumento Natural de Castilla-La Mancha por decreto de la Junta de Comunidades de 23 de septiembre de 2003].

Cómo llegar
            Desde Beteta, a la salida del pueblo, se toma la carretera CM 2201 que, pasado Masegosa, desemboca en la CM 2106, en dirección a Tragacete. Aproximadamente a su mitad se encuentra el desvío al Alto Tajo, cruzando el monte Muela Pinilla y del Puntal. En seguida, a la derecha, se encuentra El Tormagal. Naturalmente, también se puede llegar a la inversa, desde Tragacete, pasando La Vega del Codorno y el Nacimiento del Río Cuervo en dirección a Beteta para encontrar, a mitad de camino, el acceso al Alto Tajo.

VALDEOLIVAS. UNA IGLESIA SORPRENDENTE

            


Quienes, siguiendo los tópicos al uso, tienen una idea preconcebida de cómo son las iglesias románicas, quedarán verdaderamente admirados ante (y dentro de) la iglesia de Valdeolivas, sorprendente y original edificio, por muchos motivos singular, que ha podido llegar hasta nosotros sobreponiéndose a un sinfín de avatares, que en diversas épocas han procurado atentar contra su esencia, pese a lo cual lo que tenemos a la vista es ciertamente admirable.
            Pensemos que inicialmente era una iglesia románica de una sola nave, a la que ya en el periodo gótico se le añadieron otras dos, pero en cambio actualmente solo hay dos (y no tres), resultado irregular y disforme de una reforma relativamente moderna. Similar suerte ha corrido la torre, que ha perdido uno de sus cuerpos.
            La construcción se inició nada más concluir la Reconquista en esta zona, a caballo entre el final del siglo XII y comienzos del XIII, un periodo especialmente fecundo en toda la comarca que formó parte del ducado del Infantado, en el que se encuentra Valdeolivas, en un espacio de fructíferos olivares que forman la marca de identidad de la comarca y del lugar.
            Dejando a un lado el prolijo relato de los avatares técnicos, muy laboriosos, emplearemos nuestro tiempo en disfrutar de la considerable oferta estética que surge de la iglesia, tal como está hoy y que desde el exterior nos permite admirar la que, sin duda, es la torre eclesial más airosa, esbelta y elegante de todas las que forman el repertorio provincial. Es de planta cuadrada. Tenía tres cuerpos en la estructura básica y otros dos superiores para alojar campanas, pero amenazando ruina, fue preciso desmontarla y reducir su elevación.
La portada se encuentra ahora en una posición diferente a la que tuvo en su disposición original, al ser trasladada durante las obras de reforma. Es de época isabelina y se forma con sencillo arco de medio punto sobre el que figura una cruz inscrita en un marco de la misma forma. Y si continuamos recorriendo el exterior del templo, llegaremos a la cabecera, formada por un ábside de pureza románica, ahora felizmente visible al haberse eliminado algunas de las edificaciones privadas que se le habían ido anexionando a lo largo del tiempo. Pasemos ahora al interior de la iglesia de Valdeolivas, donde nos espera, precisamente en el ábside, una de las grandes sorpresas de esta obra singular, quizá el de mayor monumentalidad de la época.


La fábrica es de sillería y se decora con dos grupos de tres columnas que se unen en la cornisa por medio de un capitel sin decoración pero lo que resulta realmente magnífico y único es el conjunto pictórico que lo cubre, unas pinturas murales de carácter excepcional, ya que no existen otras de semejante naturaleza en el conjunto de la provincia. Se trata de un Pantocrator con el Tetramorfos y el Apostolado, que fueron pintados entre 1230 y 1325, esto, es, pueden ser clasificadas como románico de transición. Pese al misterio total que se cierne sobre este trabajo, cabe la posibilidad de que fuera ejecutado por monjes del Císter, del próximo convento de Monsalud.
            En el centro de la bóveda se encuentra la figura del Pantocrator, en actitud majestuosa y dominante como corresponde al Padre Eterno, circundado por la mandorla mística, posición desde la que bendice al mundo con la mano derecha mientras muestra el libro de la Ley Divina con la izquierda. En otra mandorla están incluidos los símbolos de los cuatro evangelistas, dispuestos de manera simétrica. A ambos lados del Pantocrator se sitúan dos grupos en disposición piramidal representando a los doce apóstoles. Todo ello, contemplado en la penumbra casi mágica que envuelve el interior de la iglesia, sorprende a la vez que subyuga, tal es la majestuosa y cálida belleza que desprende este singular conjunto pictórico.

UN LUGAR DEL INTERIOR: ALBALADEJO DEL CUENDE

               Los caminos que se pierden por el interior del inmenso territorio conquense son hollados cada vez por menos personas. Los ind...