domingo, 4 de abril de 2021

UN LUGAR DEL INTERIOR: ALBALADEJO DEL CUENDE

 


            Los caminos que se pierden por el interior del inmenso territorio conquense son hollados cada vez por menos personas. Los indígenas de los lugares por aquí repartidos disminuyen en proporción directa al aumento de comodidades y servicios en el resto del país, mientras que los visitantes del género turistas escasean tanto que, en realidad, forman un grupo prácticamente desconocido. Sólo algún que otro audaz aventurero, amante de lo desconocido y amigo de las soledades, se atreve a ratos perdidos a explorar estos caminos, sin nombre ni número, cuyo simple acceso, desde la carretera nacional de turno, ya es un aviso cierto de lo que viene detrás. Véase, si no, y como ejemplo, éste que surge entre los baños de Valdeganga y el puente del Castellar, con un indicador en su entrada que anuncia la proximidad de La Parra de las Vegas: sus primeros quinientos metros son suficientes para espantar al atrevido desocupado que decide entretener el ocio o satisfacer íntimas curiosidades en lo que se adivina un mundo de misterios casi virginales.

            Luego, la ruta discurre por páramos de variada configuración, en que se alternan los inevitables campos ocupados por el prolífico girasol con otros abandonados al monte bajo y el matorral, sin que falte alguna sombra boscosa en estos últimos bastiones de la Serranía,  que desciende apresuradamente hacia los niveles manchegos. Solo por milagro se cruzan dos coches en algún punto de este camino y es que raras son las necesidades de desplazamiento de los habitantes de estos lugares y más rara aún las aficiones exploradoras en un mundo en que suele primar la gregaria adicción a lo conocido, que es, además, síntoma de presencia de abigarrada multitud. Nada de eso hay por estos caminos que han quedado marginados del devenir normal del mundo y sus gentes.

            Es así cómo, prácticamente en mitad del desierto, aparece Albaladejo del Cuenca, que es villa de antigua y noble consideración, palpable –o deducible, al menos-, tanto en la raíz arábiga, sonora y rotunda, del hermosísimo nombre principal del pueblo, como en la resonancia del apellido, que alude a su pertenencia a un conde. Los de Santa Coloma y Cifuentes señorearon el lugar, pero eso fue ya en época reciente, casi contemporánea, por lo que no parece probable que el apelativo se refiera a éstos, sino a algún otro, anclado en los briosos tiempos medievales de horca, cuchillo y pernada, en que verdaderamente merecía la pena ser conde, duque o marqués, conceptos hoy tan devaluados y descoloridos.


En lo alto del cerro, la antigua iglesia se arruina poco a poco

            Cualquiera que fuese el conde en cuestión, cuya anónima distinción pasó a incorporarse al nombre del pueblo, sorprende la pervivencia del arcaísmo “cuende”, que aparece ya en las primeras menciones del lugar y que se ha mantenido incólume a lo largo de los siglos, hasta nuestros días, insensible a la amplia serie de mutaciones que han sufrido los topónimos de los pueblos conquenses. Albaladejo arracima sus escasas viviendas a lo largo y alto de una pequeña colina, tan pequeña que incluso parece exagerado darle este nombre, a pesar de que a Madoz le pareció que la iglesia estaba “colocada en la cima de un cerro bastante elevado”. La realidad es que la elevación es mínima y que si da la impresión de ser superior es, precisamente, por la presencia de la iglesia en lo más alto, de una volumetría tan desmesurada que contrasta con las proporciones mínimas de los edificios que se alinean a sus pies.

            Pero este voluminoso templo, dedicado a la Asunción de la Virgen, es sólo fachada, paredes, apariencia, diseño sobre el horizonte, símbolo del pasado, generosa donación quizá de uno de los señores de la villa. Cuando se asciende al fin hasta la cumbre del cerro y se cruza la fachada sin puerta, lo que aparece es la desolación, la ruina, el abandono, la techumbre inexistente, las hornacinas vacías, los yerbajos trepando sobre los escombros.

            Pero mientras el viejo armatoste que fue casa de Dios se va derrumbando progresivamente, en los aledaños del pueblo, como a un tiro de piedra del brazo de un buen pastor, que diría un clásico, se mantiene lozana la ermita de la Virgen de las Nieves, desproporcionada también, en sus dimensiones,  con lo que es usual en estos recintos, por lo común diminutos, capaces apenas de albergar una imagen y poco más. No es éste el caso, sino que nos encontramos ante un verdadero templo, de sencillísima obra popular, en el que destaca una tan espléndida portada, que solo por contemplarla en vivo merece la pena el paseo hasta Albaladejo. Sólo la espadaña, de ladrillo, contrasta en el conjunto, al que seguramente se incorporó en época moderna, sustituyendo a la original que debió seguir el destino de ruina que acongoja a tantos bellos rincones de nuestra tierra.



La ermita de la Virgen de las Nieves, un lugar espléndido

            En  estos parajes que fueron señorío condal, sobre los que planea la sombra de unos sentimientos anclados en cultos mágicos, donde el silencio y la soledad encuentran generoso cobijo, es lógico que pervivan costumbres ancestrales. Aquí el carnaval no es desvergüenza callejera, sino peregrinación de ánimas, y aunque ambas caras forman esta moneda hoy tan devaluada, en Albaladejo han encontrado un estilo intermedio,  purificado en los dos siglos y medio últimos, tiempo del que hay constancia de la celebración de la fiesta. El tambor es el protagonista incesante de la jornada, compañero de las dos cofradías de ranreros que, vestidos de osos y con las caras pintadas, ejecutan parsimoniosamente su papel, y buscan limosnas en beneficio de las ánimas benditas. Es una curiosa historia y una no menos curiosa fiesta, más digna de ser vista que contada, suficiente pretexto para abandonar al menos por un día el cómodo asfalto principal para internarse en las olvidadas tierras del interior.

Cómo llegar

Desde Cuenca hay que tomar la N-420 en dirección a la Mancha. Al pasar los Baños de Valdeganga sale a la izquierda la carretera provincial CUV 7131 en dirección a La Parra de las Vegas, que hay que cruzar siguiendo adelante. El siguiente pueblo es Albaladejo del Cuende.

 

 

viernes, 19 de febrero de 2021

AROMAS ALCARREÑOS EN TORNO A CASTILLEJO DEL ROMERAL

 


En el corazón de la Alcarria, en esa comarca envuelta por aromas de silenciosa nostalgia, cuyos pueblos se van apagando lentamente a impulsos de una progresiva despoblación para la que no parecen surgir remedios, se encuentra el pequeño pueblo de Castillejo del Romeral, enclavado en el valle del río Mayor, dotado de una antigua estación en la línea férrea de Aranjuez a Cuenca, suprimida cuando el tren también entró en un proceso de imparable decadencia; en su lugar se habilitó una especie de apeadero de utilización esporádica

     El nombre del pueblo debe aludir a la existencia de alguna instalación de vigilancia defensiva a la que se añadió como elemento diferenciador el término alusivo a la abundancia de romero. Desde sus orígenes, en la Edad Media, formó parte del Alfoz de la ciudad de Huete, a la que finalmente ha vuelto a incorporarse, renunciando a su autonomía municipal en 1973.

    Se encuentra a una altitud de 909 metros, con las viviendas distribuidas en una disposición escalonada, en tres vertientes paralelas, a diferente altitud. En la primera o inferior se encuentra la antigua casa-palacio del marqués de Caracena, que tiene delante un espacio aplazolado; en el segundo escalón está la plaza mayor, con el edificio municipal que alberga diferentes servicios públicos, incluyendo las antiguas escuelas; por último, en el nivel más alto se encuentra la iglesia parroquial. La impresión general del pueblo es excelente. Aunque no se conservan elementos arquitectónicos de carácter popular, el conjunto ha sido modernizado con limpieza, orden y buen gusto. Un buen ejemplo lo ofrece la armónica Plaza Mayor, dominada volumétricamente por el edificio municipal, de noble apariencia y correcta traza arquitectónica, no muy frecuente en estos pueblos.

    Además de la iglesia parroquial, a la que nos referiremos seguidamente, es oportuno citar, como elementos de interés, la Fuente del Gorromo, romana, de potentes dovelas, situada en las afueras del pueblo y la ermita del Carmen, pequeña construcción moderna, localizada en la calle del mismo nombre.

   A pesar de su pequeñez demográfica, tiene una iglesia de importancia, construida en el siglo XVII con predominio en la fábrica del estilo renacimiento. Es de tres naves, de mampostería, con sillares en las esquinas. Como se puede deducir por la fecha citada, existió una iglesia anterior, que tenía una sola nave, con cubierta de madera y que, muy probablemente, correspondía al espíritu románico propio de la repoblación de estas tierras en el periodo medieval. Sin duda, en cierto momento, los habitantes del lugar encontraron que ese templo, sencillo y pequeño, no respondía de manera satisfactoria a sus necesidades y emprendieron la construcción del nuevo, para cuya financiación ayudó el obispo Enrique Pimentel.



Una iglesia clásica y elegante

La iglesia que ha llegado hasta nosotros y que tiene una dedicación muy curiosa, la de San Pedro ad Víncula, es una construcción sobria, pero muy elegante, lo que denota que en su trazado y elaboración intervinieron manos diestras, conocedoras del oficio de la arquitectura eclesial, aunque sus nombres permanecen en el anonimato. Hacia el exterior no se aprecia ningún elemento ornamental de singular relieve lo que, por otro lado, sirve para realzar la presencia en la fachada principal de una elegante portada, de líneas clásicas que definen una composición muy habitual en este tipo de iglesias: una doble arcada de medio punto que apoya en pilastras pareadas y sobre ellas cruza un frontón partido con una hornacina en el centro y coronación de tres pirámides con bolas. Solo la presencia de esta portada proclama con evidencia la impronta dejada en el edificio por el riguroso clasicismo renacentista. Impresión que se ratifica cuando pasamos al interior para encontrar tres naves separadas por pilastras cuadradas que tienen unas basas de escasa altura y que sirven de apoyo para las bóvedas de arista, que se transforman en el crucero en una cúpula de gajos

A un extremo se alza la torre cuadrada, de sillería, estructurada en tres cuerpos que van disminuyendo su perímetro hacia arriba, donde se encuentran los huecos para las campanas, coronada por un pináculo en el que aletea una veleta en forma de cruz.

El retablo mayor es del siglo XVIII y tiene también una notable importancia artística. Corresponde a un tiempo en el que se está introduciendo la influencia barroca, aquí muy presente, con una organización espacial en dos cuerpos, el inferior formado por tres hornacinas de medio punto entre columnas salomónicas y el más elevado, con una sola hornacina, también entre columnas similares a la anteriores, formando todo él un conjunto muy agradable.

La iglesia de Castillejo del Romeral ofrece una saludable impresión de cuidado y limpieza, a la que no son ajenos los vecinos del  lugar, que hace unos años financiaron, por suscripción popular, obras interiores de restauración que incluyeron la renovación de la techumbre, pintura de paredes, construcción de vidrieras, limpieza del altar mayor y pintura de las puertas y bancos. Una actitud, sin duda, muy meritoria y que es un excelente remate para el amistoso recorrido por este agradable pueblo alcarreño.

Cómo llegar

Desde Cuenca es conveniente salir por la autovía A-40 y al llegar al desvío hacia Huete, tomar la autonómica CM 2019 en dirección a la ciudad optense. Aproximadamente a su mitad, en una rotonda, se toma el desvío hacia Castillejo del Romeral por la provincial CUV 2172 y en apenas cinco minutos se llega al pueblo. Para dormir y comer se puede volver a Cuenca o llegar hasta Caracenilla o Huete.

jueves, 4 de febrero de 2021

ATALAYA DEL CAÑAVATE, ENTRE LA IGLESIA Y EL CHOZO

 


Iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción

Atalaya del Cañavate era un pequeño lugar, surgido durante la Edad Media como resultado del proceso de repoblación de estas tierras de la Mancha por los recién llegados soldados cristianos y durante siglos mantuvo una existencia discreta, como aldea de El Cañavate, hasta que el marqués de Villena se hizo con la propiedad de todo el espacio urbano y unificó los dos barrios separados que hasta entonces existían. Pero esas noticias se han visto superadas en época moderna, porque las obras de la autovía A-43 propiciaron el descubrimiento de un yacimiento romano, en las proximidades del pueblo, y fueron localizados los restos de una villa romana, unas excelentes termas (conservadas en todas sus partes) y una zona señorial en torno a un peristilo, que en su día debió conservar pinturas murales de vivos colores, salones decorados con molduras y columnas y todo el lujo que se prodigaba en los establecimientos de este tipo, incluidos los pavimentos de mosaicos. De manera que el conocimiento del lugar ha retrocedido varios siglos para salir de su habitual ubicación medieval y alcanzar unos tiempos más remotos.

El nombre del pueblo indica que en sus orígenes medievales debió contar con algún tipo de elemento defensivo o de observación, del que prácticamente no quedan restos, más que unos amorfos cimientos en el cerro llamado El Castillejo, donde pudo estar situada esa atalaya que permitía observar ampliamente todos los campos de alrededor y establecer mecanismos de protección en caso de necesidad.

Pero sí del castillo no se conserva prácticamente nada, muy distinta es la valoración que merece la espléndida iglesia parroquial, dedicada a la Asunción de Nuestra Señora. Es un edificio de mampostería en cuyo exterior destaca sobremanera la magnífica portada estilo Renacimiento, de composición muy clásica y levantada a mediados del siglo XVI, después de que el visitador del obispado hubiera anotado en sus libros que el templo existente contaba solo con una de mampostería cubierta de madera. No mucho más tarde comenzaron las obras de ampliación que, en principio, dieron lugar a la formación de una sola nave, con entrada por la actual calle de Las Campanas, a la que posteriormente se le añadió la nave oriental conocida con el nombre de Nuestra Señora del Rosario y la torre. En el siglo XVII se levantó “la nave nueva a la mano izquierda del altar mayor que es la opuesta a la umbría” y de esa forma se completó la estructura interna del templo que aún conoció nuevas intervenciones posteriores, como la eliminación del coro y del púlpito y la sustitución de la solería tradicional, de barro, por un pavimento de baldosa hidráulica.


En su actual configuración, en un edificio levantado con fábrica de mampostería con sillares de piedra en las esquinas y en la espadaña con dos huecos para campanas y remate de pináculos y bolas. La portada se sitúa en la fachada norte y se forma mediante composición clásica, con un arco de medio punto que apoya en columnas dóricas estriadas por un friso del mismo estilo. Hay otra portada al mediodía y una espadaña de tipo herreriano.

El interior se forma mediante planta rectangular de tipo basilical, con tres naves separadas en cuatro cuerpos por pilares cuadrados de notable envergadura sobre los que apoyan arcos de medio punto. Hay un óculo lobulado en el hastial de poniente. En el presbiterio se encuentra un ábside de tres lados, prácticamente invisible desde el exterior por estar rodeado de edificaciones. Las tres naves están cubiertas por un artesonado de especial belleza. Entre las obras artísticas destaca un retablo neoclásico de pequeño tamaño pero muy elegante en las formas. La pila bautismal es de piedra caliza vidriada. Conserva una interesante colección de pinturas en la sacristía. Todo ello son detalles de mérito que justifican que la iglesia fuese distinguida en 2001 con la declaración de Bien de Interés Cultural, en la categoría de monumento.




Portada antigua en la calle de la Florida

Eso ocurre dentro, en la iglesia. Fuera nos espera un pueblo de agradable trazado, cómodo de recorrer, en el que aún se pueden encontrar espacios bien conservados, como ocurre en la calle Real o en la de la Florida, donde sobreviven edificios de antigua prosapia. Peor suerte tuvo la ermita de San Bartolomé, ruinosa ya, en las afueras, donde no obstante se puede encontrar todavía un hermoso chozo, esa respetable construcción para uso de labradores y ganadores de antaño, que por fortuna nuestro tiempo ha ayudado a revalorizar en muchos pueblos. Pues aquí mismo, en Atalaya del Cañavate, hay uno en buen estado, en el que las nuevas generaciones pueden aprender, aunque sea solo visualmente, algo sobre nuestro pasado colectivo.

Cómo llegar

     Atalaya del Cañavate queda junto a la A-31, entre Honrubia y Albacete. Desde Cuenca se puede llegar por la N-420 hasta La Almacha donde hay que tomar la A-3 en dirección Valencia, que se desdobla en Honrubia para dar origen a la mencionada A-31 que lleva directamente a Atalaya del Cañavate.

 Fiestas

     Celebran la fiesta del Corpus Christi. El domingo señalado se hace una procesión, se oficia una misa en la iglesia de La Asunción y a continuación se "corre la bandera" en la plaza del pueblo y se ofrece el puñao a todos los asistentes.

Dónde comer y dormir

Mesón Los Rosales. Autovía, km. 175; 969 381 447

Casa Rural La Marquesa. Calle de la Marquesa, 18; 687 226 718

 

 

domingo, 24 de enero de 2021

ABRUMADORA Y CERCANA HOZ DE BETETA

 


        Por aquí pasó Don Quijote. Nada dice Cervantes, experto geógrafo y detallista narrador cuando lleva a caballero andante y socarrón escudero desde las llanuras de la Mancha hasta las tierras de Aragón. Podemos seguir el rastro de la singular pareja hasta la aventura del rebuzno del alcalde y desde allí, por un sendero ignoto pero que forzosamente les obliga a cruzar la Serranía de Cuenca, se encaminan hacia Zaragoza y puesto que el camino natural pasa por Beteta y Molina de Aragón no parece cosa desencaminada afirmar, como se dice en el arranque de este comentario, que por aquí, por la impresionante hoz de Beteta, pasó Don Quijote y es cosa ciertamente lamentable que el gran Cervantes no recogiera las, sin duda, inteligentes observaciones que haría el noble caballero al encontrar ante sus ojos tan extraordinaria belleza, tan diferente de su natal tierra manchega.

        Este es uno de los paisajes más atractivos de la Serranía de Cuenca, conservado todavía en envidiables condiciones de naturalidad. La hoz ha sido formada por el río Guadiela, trabajador incansable, al actuar sobre las muelas del Palancar y de Carrascosa y junto con la lluvia, pertinaz agente erosionador de los materiales calcáreos ha formado el magnífico cañón que se extiende a lo largo de más de seis kilómetros, entre Beteta y el Puente de Vadillos. Calizas, dolomías y margas de los periodos jurásico y cretácico son estructuras habituales en estos parajes, que aquí coinciden para dar forma a espectaculares acantilados y bellezas, algunos de ellos de más de 200 metros de desnivel. Un factor peculiar de esta Hoz, a diferencia de otras -tan abundantes en toda la Serranía conquense- es la muy variada vegetación autóctona existente y también la abundancia de especies animales. Y tiene, además, otro factor añadido no carente de interés: la carretera discurre paralela a ella, con varios recodos que permiten detener el automóvil lo que facilita su contemplación sin necesidad de realizar dificultosas excursiones senderistas aunque, desde luego, la mejor forma de conocer cualquier paraje es recorrerlo a pie firme, única forma de llegar a los rincones más escondidos.

        Dejando aparte este digresión, podemos centrarnos en el lugar donde estamos, la Hoz de Beteta, que se ha ido formando, a lo largo de los milenios, mediante el trabajo de cortar transversalmente los materiales carbonatados del mesozoico, formando fracturas ciertamente espectaculares, con llamativas paredes verticales (alguna de más de doscientos metros), de tonos ocres y pardos, mientras que en otros sectores la abundancia de vegetación autóctona cubre por completo la superficie rocosa. A lo largo del recorrido, encontraremos variadas formas de la erosión cárstica, como desprendimientos rocosos, cascadas, travertinos, dolomias, tormos, festones, meandros, coladas, laminadores, sifones, surgencias y cavidades, mediante el paciente trabajo sobre tierras del jurásico y el cretácico. No olvidaremos tampoco, por su originalidad, la presencia de materiales tobáceos más antiguos que los ya citados (corresponden al periodo pleistoceno), cuyo origen, explican los científicos, se debe a un represamiento del Guadiela.

         En cuanto al Sumidero de Mataasnos, ligado directamente a la hoz de Beteta, se encuentra a tres kilómetros al oeste de ella, si bien la surgencia se encuentra en la misma hoz. Se trata de una cavidad subterránea de acusada verticalidad, con un recorrido interior de más de cuatro kilómetros, cuya boca se encuentra a una altitud de 1235 metros y formada también por materiales calcáreos. En el arranque hay una cornisa y luego la cavidad propiamente dicha, en cuyo interior se pierde el curso del arroyo de Mataasnos.



    Este hermoso espacio natural, auténtica maravilla de la naturaleza, esplendor de formaciones rocosas, es también un magnífico vergel botánico, al que se ha dado el título de Paseo de los Tilos, cuyo contenido más llamativo e importante se encuentra localizado en el tramo central de la hoz, en los rincones umbríos y en los humedales al pie del acantilado, en la ribera del Guadiela. La masa forestal es también importantísima. El soporte básico es el pino negral, pero el sotobosque es bellísimo y abundante, con quejigos, chopos, álamos, sauces de ribera, tilos, avellanos y una muy variada y hermosa flora de montaña, como temblones, tejos, acebos y arces. El carácter húmedo del entorno y su aspecto umbrío sirven para acoger especies vegetales propias de latitudes septentrionales como ocurre con los tilos y avellanos, poco frecuentes en la Serranía de Cuenca y que vienen a formar en la hoz de Beteta un auténtico refugio de vegetación atlántica. Singularmente podemos admirar el primero de los árboles citados en el paraje Fuente de los Tilos, uno de los que están marcados en el recorrido de la hoz y que aquí, en la hoz de Beteta, marcan el límite meridional de estos bosques. Naturalmente está el pino, el señor indiscutible de la Serranía de Cuenca, aquí presente en la modalidad del elegante y sobrio pinus nigra, que coexiste con quejigos, sabinas, comunidades de ribera y rupícolas singulares que pueblan los puntos más arriscados del soporte rocoso.

            Pueden encontrarse -y no fácilmente, como se puede suponer: hay que abrir bien los ojos y ser prudentes para no espantarlos- mamíferos comunes como el zorro, la ardilla, el ciervo o el jabalí; pero los más interesantes son especies como el lagarto ocelado, la culebra lisa, lagartijas de muy variadas familias, buitre, alimoche, cernícalo, mirlo, herrerillo, petirrojo, pico picapinos, agateador, águila culebrera, azor, gavilán, águila calzada, carabo, etc., sin olvidar abundantes familias de murciélagos y también ejemplares de especies amenazadas como la nutria, el tejón, la gineta y el gato montés. De todos ellos, el más fácilmente visible es el buitre, de abundante presencia sobre los cielos de la hoz, donde pueden admirarse sus serenas evoluciones, sin apenas aleteo, planeando desde la altura a la búsqueda paciente de algún resto carnívoro que pueda servir para su alimentación, aunque el ser humano, colaborador con esta singular especie, ha preparado una buitrera en la que facilita su alimentación.

            Los quirópteros (murciélagos, en sus distintas variedades) encuentran adecuado cobijo natural en las numerosas cuevas y simas de la hoz, constituyendo uno de los refugios de invernada más importantes de Castilla-La Mancha para el murciélago mediterráneo de herradura, del que han llegado a contabilizarse dos centenares de individuos. También son importantes las aves reproductoras, de las que hay habitualmente no menos de 62 especies, de las que 8 están incluidas en el catálogo regional de especies amenazadas. Aparece también la chova piquirroja y hay varias parejas de mirlo acuático. El capítulo faunístico se completa por la presencia de importantes especies de fauna invertebrada, como el lepidóptero graelisia isabellae, habitual en los bosques de pino negral.   

            Estamos hablando de un conjunto natural de unas 800 hectáreas de superficie, que puede ser recorrida a pie, por la vertiente izquierda del río, donde se han señalado hasta diez paradas, que permite al senderista apreciar en todo su valor la riqueza natural, botánica y animal, de la zona. En la hoz se encuentra la Cueva de la Ramera, situada a media altura, en una enorme pared rocosa, a cuya entrada se puede acceder a través de una gran escalera de hierro. La cueva tiene una profundidad de unos mil metros, y los 400 primeros disponen de iluminación, dentro de un proyecto municipal encaminado a hacerla visitable de manera organizada.

 

[La Hoz de Beteta y el Sumidero de Mataasnos fueron declarados monumento natural de Castilla-La Mancha por Decreto de la Junta de Comunidades de 2 de marzo de 2004].

 

 

Otros lugares del paisaje cárstico en la provincia de Cuenca

 

            Los Callejones (Las Majadas)

            La hoz del Solán de Cabras (Beteta)

La hoz de Valdeganga (Valdeganga de Cuenca)

El desierto del Cambrón (Cuenca)

La hoz del río Escabas (Cañamares y Priego)

La hoz del río Trabaque (Arcos de la Sierra y Albalate de las Nogueras)

La hoz de Tragavivos

El Estrecho del Infierno (Fuertescusa)

 

miércoles, 20 de enero de 2021

ALARCÓN, EL LUGAR DE LOS PASOS PERDIDOS

 


            Sorprende y admira que tanta pequeñez física, demográfica, pudiera en algún momento ejercer tan brioso señorío sobre un territorio dilatado a la vez en el tiempo y el espacio. Pues ocurrió, fue posible. La villa de Alarcón, con remotos e indecisos orígenes en tiempos góticos, con vigencia y total certeza en el periodo musulmán, alcanzó su culminación con la llegada de los cristianos; tras la conquista, el lugar fue modificado para adaptarlo a las nuevas necesidades, no tanto las derivadas de su integración en la corona de Castilla como las promovidas por su señor natural, el marqués de Villena y no fue la menor de todas construir hasta cinco iglesias para distribuir en ellas la populosa y abigarrada población humana.

            Recuperada militarmente por Alfonso VIII, su nieto, el Sabio, le otorgó el Fuero de Cuenca con ligeras adaptaciones, mientras durante un periodo no muy largo formó parte de la Orden de Santiago, antes de pasar a los Villena. Uno de los miembros más ilustres de la familia, el infante Don Juan Manuel, pasó en Alarcón parte de su tiempo, distribuyéndolo adecuadamente entre operaciones militares contra los musulmanes del reino de Murcia, intrigas cortesanas, operaciones administrativas propias del territorio y asuntos literarios, porque pese a tanta ocupación material, el infante, como sabemos, encontró tiempo apropiado para elaborar una fecunda, siempre atractiva de leer, obra narrativa.

            Por estas calles paseó el infante, y los marqueses, y quizá alguna vez reyes y otros señores. Podemos imaginarlo, aunque las piedras que hoy nos contemplan o sienten el peso de nuestros cuerpos no son ya aquellas engarzadas sobre el pavimento en tiempos godos, o musulmanes, ni siquiera góticos. Alarcón desmenuza el paso de los minutos de cada día dejándolos resbalar sobre nuevos guijarros, losas casi recién llegadas del taller, en una paciente labor de reconstrucción encaminada a devolvernos la gracia y el encanto de una bellísima urbe medieval. En el núcleo de todo, la Plaza Mayor, que lleva también el título del infante don Juan Manuel, ocupa un espacio elevado, abierto a las miradas, encuadrado por tres elementos arquitectónicos de consideración: el Ayuntamiento, espectacular, con un potente soportal, del siglo XVI; la iglesia de San Juan Bautista, de origen románico sobre el que se levantó la actual fábrica gótica, con bóveda de cañón para cubrir la única nave, en cuyas paredes un artista contemporáneo, Jesús Carlos Mateo, ha elaborado una valiosa colección de pinturas murales; y la Casa del Cura, un edificio palacial del siglo XVIII, de estilo barroco. Los tres configuran este espacio rectangular, abierto, amplio, donde se respira todo el sabor auténtico de las verdaderas plazas mayores de Castilla.




            Al otro extremo del espolón rocoso está el castillo. Entre él y la plaza, o si se quiere decir mejor, entre él y el Ayuntamiento, símbolo civil y cívico por excelencia, está el pueblo, el callejero urbano, que se extiende mediante un trazado lineal de largas calles sinuosas, bellamente empedradas, a las que dan poderosos portalones, severos escudos, austeras y hermosas rejas de hierro, incorporados todos a las elegantes casonas que traducen, en nuestra época, el ambiente de aquellas otras donde se albergaron nobles y soldados, literatos y artesanos, eclesiásticos de todo tipo. Recuperada para el disfrute de las sociedades contemporáneas, a las que con alegre inconsciencia suelen aplicarse calificativos poco amables acerca de su sensibilidad para apreciar y sentir la belleza, Alarcón contradice esa vulgar simplificación para demostrar cada día cómo puede suscitar la emoción y el placer en quienes siguen acudiendo hasta ella, en el uso reconfortante del viejo, entrañable, eterno disfrute de andar pausadamente por callejas y rincones de añejo, eterno sabor.

 Comer y dormir

     Parador Marqués de Villena. Avenida Amigos de los Castillos, 3; 969 330 315.

     Hotel Villa de Alarcón. Plaza de la Autonomía, s/n.; 902 879 055 / 902 879 440.

     Posada El Infante. Doctor Tortosa, 4; 969 330 323.

     Hostal Don Juan. Marqués de Villena, 4; 618 875 893 / 679 284 922

     Deseada. Casa rural. Capitán Julio Poveda, 27. 969 330 312 / 656 944 263.

     El hidalgo de Alarcón. Casa rural. Posadas, 11.

     Casa Jacinto. Casa rural. Infante don Juan Manuel, 3. 969 330 362 / 649 860 493.

     La Cabaña de Alarcón. Refugio. Álvaro de Lara, 21; 969 330 373

 

 

LA ENCUMBRADA FORTALEZA DE ALARCÓN

 


                           

            Alarcón es casi un milagro, el de explicar cómo un lugar abandonado, decadente, ruinoso, pudo ser salvado de la destrucción y conseguir, no solo recuperar la esencia de su naturaleza urbana, sino consolidarla y convertirse, como es hoy, en un lugar amable por cuyas calles es posible pasear sin sobresaltos y que conserva, en muy buenas condiciones, su estructura fortificada. Es, ciertamente, un enclave magnífico. Se encuentra en lo alto de una enorme peña rocosa, casi totalmente rodeada por el río Júcar, que apenas si deja un pequeño espacio, a modo de istmo, por el que poder acceder al recinto. De esta manera, Alarcón era un lugar inaccesible, pero para aumentar este carácter, fue protegida por varias filas de murallas, aún bien visibles, a su vez defendidas por varios torreones adelantados. En el punto culminante de este peñasco, protegiendo todo el entorno, se situó el castillo y, a sus pies, la población.

El castillo se encuentra en posición avanzada, afrontando espectacularmente las leyes de la gravedad al perfilarse sobre un espolón rocoso, como un orgulloso navío desafiando a las tormentas del tiempo y la historia. De origen árabe, no es de grandes dimensiones, pero si fue de considerable fortaleza defensiva, que pudo ser vencida con astucia por el caballero Martínez de Ceballos, que lo conquistó para la Castilla cristiana. Es de forma irregular, aunque sigue aproximadamente una línea triangular. En él destaca de forma poderosa la torre del homenaje, a cuyos pies se abre un hermoso patio central, con un ala porticada, que sirve de eje a las dos naves principales del edificio, ambas con arcos fajones y cubierta de viguería de madera. Todo el recinto conserva las almenas originales. Además, para consolidar esa estructura, dispuso de tres líneas amuralladas que rodean por completo el recinto, formando así tres sistemas concéntricos de difícil penetración y en los que se pueden apreciar notables elementos de la muralla árabe inicial, mientras que otros fragmentos son medievales cristianos y otros, sobre todo en la zona exterior, corresponden a la época renacentista.

De la primera de ellas permanecen en pie la Torre y Puerta del Campo, que formaban la línea avanzada; la segunda tiene su origen en el borde del castillo y muere junto a la llamada Puerta de la Bodega. La tercera y más interior es la mejor conservada: se origina en la fortaleza y parte, en forma de V, cubriendo por completo el pueblo, esto es, bordeando el río Júcar; en la parte posterior, la Torre del Cañavate completa la estructura defensiva, de la que han desaparecido por completo los puentes levadizos que permitían la comunicación entre las diversas líneas sobre el río.


En las líneas de murallas se abren las puertas, casi todas bien conservadas y también de un muy interesante atractivo, pura lección de historia válida en cualquier tiempo. Se llaman de las Moreras, de Chinchilla o del Picazo, al sur, enlazando con el puente que tiene los mismos nombres; de la Bodega, debajo del castillo; del Calabozo,  junto a la torre de idéntico nombre; de la Traición, que es una falsa puerta hacia el río; del Campo, orientada en dirección a la torre avanzada del mismo nombre; del Río o Henchidero, al norte del recinto, para comunicar éste con el puente y torre del Cañavate.

Fuera de la fortaleza, formando la primera línea defensiva, se encontraban las torres avanzadas, de las que aún permanecen varias en pie: Torre de los Alarconcillos, de estructura muy original por su planta cuadrada, con una torre semicircular en cada esquina y una más alta en el centro, levantada por el infante don Juan Manuel. La Torre del Campo se encuentra sobre un cerro y es el centro de su propio recinto defensivo, con una plaza de armas. La Torre del Calabozo es de planta octogonal, y la Torre de Cañavate, situada en la parte posterior del recinto amurallado, tiene planta cuadrada y está rodeada por su propia muralla defensiva. Todo ello constituye un fastuoso espectáculo que hace de Alarcón una sorpresa permanente, encantadora.

 Cómo llegar

         Desde Cuenca, la opción más razonable es tomar la antigua N-320 (actualmente CM 220) hasta Motilla del Palancar y al llegar a esta localidad, tomar a la derecha la N-III (atención: no la autovía A-3 sino la carretera general N-III) hasta el punto en que surge un desvío por la CUV-8033 que lleva a Alarcón después de media docena de kilómetros.

            Desde cualquier otro punto, la opción es similar: hay que buscar la N-III. El desvío a Alarcón está en el kilómetro 187.

 

Comer y dormir

         Parador Marqués de Villena. Avenida Amigos de los Castillos, 3; 969 330 315.

            Hotel Villa de Alarcón. Plaza de la Autonomía, s/n.; 902 879 055 / 902 879 440.

            Posada El Infante. Doctor Tortosa, 4; 969 330 323.

            Hostal Don Juan. Marqués de Villena, 4; 618 875 893 / 679 284 922

            Deseada. Casa rural. Capitán Julio Poveda, 27. 969 330 312 / 656 944 263.

            El hidalgo de Alarcón. Casa rural. Posadas, 11.

            Casa Jacinto. Casa rural. Infante don Juan Manuel, 3. 969 330 362 / 649 860 493.

            La Cabaña de Alarcón. Refugio. Álvaro de Lara, 21; 969 330 373

 

 

 

martes, 27 de octubre de 2020

ABIA DE LA OBISPALÍA


       Tras un ir y venir de curvas y recurvas, que siguen más o menos paralelas al cauce del Záncara, aparece Abia de la Obispalia. A primera vista, parece que el pueblo está formado por una sola calle, la misma carretera transformada en paseo urbano, sin más. Las impresiones iniciales no siempre son acertadas, aunque alguna vez pueda suceder. Este es el caso. En realidad, la calle así mencionada forma el borde inferior del caserío, que se organiza levemente en la falda del cerro en cuya parte más alta dormita la antigua iglesia, ya ruinosa, al lado de los restos que también quedan del que fue castillo. Desde esa altura se advierte la estructura en calles paralelas, adosadas a la loma, con la torre eclesial aún enhiesta, desafiante, dibujándose contra el cielo.

     La modernidad se queda abajo, en la calle-carretera, donde el blanqueo de fachadas y paredes va siendo la nota dominante, con la plaza (detrás de ella está el Ayuntamiento) como punto urbano de referencia. Así está también hoy el más notable edificio civil del pueblo, una bella casona situada en la calle principal, a su término, de estilo popular, con dos plantas y cubierta a dos aguas con tejas árabe; la entrada principal se forma por un precioso soportal adintelado que apoya en dos columnas, sin que falten ejemplares de rejería tradicional. Al otro lado de la calle, frente a esa casona, se levanta otra edificación de carácter muy distinto, por su amplitud y estilo; es obra reciente, financiada por la generosidad de Agustín Fernández Muñoz, vinculado a las familias Barreiros y Polanco, quien falleció sin poder ver terminada su iniciativa a favor del pueblo: una vivienda tutelada para ancianos necesitados de este servicio; en recuerdo de este gesto altruista, la calle inmediata lleva su nombre.


     Al lado queda la iglesia actual, que en lo antiguo fue la ermita de Santa Catalina hasta que a mediados del siglo XVII la autoridad diocesana sugirió abandonar el templo original, situado en lo más alto del lugar, con las naturales dificultades de acceso, “para que los enfermos e impedidos puedan acudir a los divinos oficios”, consejo que se atendió prontamente, trasladando el culto a donde, sin duda, es mucho más cómodo. La iglesia, dentro de la austeridad de su obra, presenta una noble apariencia; construida en mampostería, con sillares en las esquinas, a ella se entra por una elegante portada renacentista con un atrio formado por un tejado a tres aguas apoyado en dos columnas de piedra. El interior, muy restaurado, se organiza mediante una sola nave muy alargada, con tres tramos cubiertos por bóveda de arista y una cúpula de media naranja sobre el altar mayor. La decoración es muy escueta: lo poco que sobrevivió al desastre de la guerra.

     Aquí, en esta sección inferior del pueblo, junto a la carretera, están las cuevas de vino, enterradas en la tierra, casi todas reformadas para seguir cumpliendo desde criterios modernos el rito ancestral que vincula la uva con el silencio y la oscuridad de las cavernas, ofreciendo mágicas insinuaciones en este áspero paisaje.

     La antigua iglesia está en lo más alto, solitaria podríamos decir, pero no es totalmente cierto: a su lado se encuentra el cementerio y así los idos de este mundo terminan por convivir con aquella iglesia a la que, vivos, les parecía cosa dificultosa poder acceder. Del viejo templo, de estilo románico y grandes dimensiones (dicen que es uno de los mayores de este género construidos en la provincia de Cuenca) sobrevive su estructura básica, incluyendo una de las bonitas portadas, un arco de medio punto con su serie de arquivoltas); también se conserva el ábside semicircular, pero nada de la techumbre. Sí se mantiene en pie, con cierto orgullo, la hermosa torre, del siglo XVII, formada por tres cuerpos de base cuadrada salvo en el superior, el alojamiento de las campanas, que es octogonal y de sillería, rematado con cuatro pináculos de bolas en las esquinas. Inasequible a los destrozos del tiempo, la torre de la iglesia antigua de Abia muestra a todos su altiva presencia, en ese oteo permanente de un horizonte plagado de sensaciones.

      En las afueras se encuentra la ermita de San Jerónimo, a unos cuatro kilómetros del pueblo, por un camino que sale al final de la calle de la Iglesia, para ir bajando entre cultivos agrícolas, campos de girasol y huertas hasta llegar al fondo de la hondonada donde se asienta el pequeño edificio, muy cuidado, en un atractivo paraje natural con abundancia de encinas y colmenas y hasta donde se hace romería anual.

     Hay chopos a la salida de Abia de la Obispalía; su visión continuada, en paralelo a la carretera, nos permite adivinar por dónde va el Záncara, un mínimo hilillo de agua, apenas perceptible, perdido entre la maleza que cubre sus riberas. En un recodo aparece la Cruz del Santo, severa construcción en piedra. En las laderas de las lomas que forman el borde natural del camino, aparecen a ratos las colmenas, también indicadoras de la antigua vocación mielera, latente por estos andurriales y en los espacios más abiertos, campos de girasol, algunos enormes. Es un pausado avanzar, sintiendo en el alma lamentos machadianos como envoltura melancólica del romántico paisaje por donde va tomando forma la Obispalía.

 Cómo llegar

Desde Cuenca se puede tomar la antigua N-400 y al llegar al Pinar de Jábaga se toma la carretera provincial CUV 7037 que lleva directamente a Abia de la Obispalía. Otra alternativa es seguir la autovía A-40 y poco antes de llegar a Villar del Horno sale un desvío por la CUV 7032 que pasa junto a la aldea de Cabrejas y lleva igualmente a Abia de la Obispalía.

 



UN LUGAR DEL INTERIOR: ALBALADEJO DEL CUENDE

               Los caminos que se pierden por el interior del inmenso territorio conquense son hollados cada vez por menos personas. Los ind...